Hace bien pocos días, una alumna de la Universidad de Sevilla pareció escandalizarse cuando, en una conferencia, comenté que todas las civilizaciones al llegar a su cima adquieren caracteres femeninos de tal manera que, una y otra vez, han sido destruidas por los bárbaros. No era ninguna crítica, muy al contrario, ya desde los tiempos de Diderot los ilustrados franceses del siglo XVIII se mostraban conformes en que la mujer era el auténtico factor civilizador de la historia. Lamentablemente, los salvajes, que en todos los tiempos han existido, y que suelen estar en la frontera, no han dejado que el experimento durase mucho tiempo.
En cualquier caso, el problema principal radica en determinar si, efectivamente, Occidente se encuentra en decadencia. Es indudable que la respuesta debe ser afirmativa en el caso europeo; todo el mundo está de acuerdo en que el centro de la política mundial se ha desplazado hacia el Pacífico, ya no contamos. Lo malo es que los Estados Unidos, únicos capaces de defender los valores culturales que durante siglos hemos creado, parecen vivir el mismo proceso. No sería nada nuevo, Arthur de Gobineau, aunque citarlo sea todavía políticamente incorrecto, señaló: “Toda congregación de hombres, por ingeniosa que sea la red de relaciones sociales que la protege, adquiere en el día mismo de su nacimiento, escondida en los elementos de la vida, la semilla de una muerte inevitable”.
Maquiavelo ya había advertido que la historia sigue un proceso cíclico que, desde la pobreza, lleva al lujo y la comodidad para terminar indefectiblemente en la decadencia, y vuelta a empezar. Por desgracia, Zapatero no parece muy consciente de los tiempos que corren, todo lo contrario, sigue siendo un historicista incorregible. En medio de la que está cayendo, se ha desplazado a Tunez para, en plan líder mundial, anunciar urbi et orbi que: “los españoles quieren que su Gobierno apoye los cambios en en el mundo árabe desde el primer momento”. ¿Sabe realmente lo que está diciendo? ¿Todos los cambios? No parece que sea muy consciente de los riesgos que se derivarían de la desestabilización de Marruecos.
Su intervención llegó a la genialidad cuando dijo que la democracia siempre tiene problemas: “en España fue clave la cuestión territorial. Y en los países árabes será fundamental la cuestión religiosa”. ¡Toma ya, profundidad filosófica en la comparación! Aunque el sufragio censitario hace tiempo que fue superado, a veces parece necesario que, al menos para ser Presidente de Gobierno, se exija cierto conocimiento de ciencia política: el necesario para distinguir cuándo unos países permanecen en el medievo. Si no, terminaremos en el siglo VIII acompañados de Zapatero.
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