Lo ocurrido en los últimos días en Japón pone de manifiesto la crisis de un pensamiento historicista que llegó a divinizar a la ciencia, pues a la manera de Descartes creía que era posible conocer las leyes y las acciones del fuego, del aire, del mar y de las estrellas para dominarlas, “y hacernos dueños y señores de la Naturaleza”. Nos consideramos herederos de la Ilustración, sin asumir los desastres a que ha conducido. Las dos últimas guerras mundiales, Chernobil y ahora Fukushima nos demuestran no sólo que no tenemos pajolera idea sobre el Universo, tampoco representamos nada en él. Lo único evidente es que somos seres desvalidos y, como tenemos cierta consciencia, queremos sobrevivir.
Ya Stuart Mill señaló que lo más característico de las fuerzas de la naturaleza “es su perfecta y absoluta falta de consideración. Van derechas a sus fines sin tener en cuenta qué cosas o qué personas van a aplastar en su camino. Y realizan todo esto haciendo gala del más arrogante desdén por la caridad y por la justicia, descargando sus golpes sobre los mejores y más nobles junto con los más malvados y peores”. La realidad es que cabalgamos encima de una bola, viva y extremadamente peligrosa, a través de los espacios infinitos, sin tener la menor idea de lo que hacemos aquí. Soñamos con dotar de consistencia a la vida, cuando da la impresión de que no tiene ninguna. Podría decirse que nuestra situación es trágica, si es que eso tiene algún sentido a nivel cósmico.
No obstante, siempre han existido bobos, algunos de perfecto remate, que dedican su existencia a pontificar sobre las más inauditas menudencias, también a hacerse daño sin ninguna necesidad. Así, en España las próximas elecciones están llevando a la clase política, casi sin excepción, a practicar la técnica del derribo del contrario, denunciarse los unos a los otros, y realizar todo tipo de ruindades y bajezas sin más justificación que la de alcanzar un poder que no va a servirles para cumplir objetivos o programas, por muy ilusos que finalmente se pudieran demostrar, sino para disfrutar de privilegios y prebendas en el fondo bien ridículos. ¿Por qué no se dedican a filosofar?
Si lo hicieran, tal vez se dieran cuenta que en la vida no es posible funcionar sin un mínimo de piedad. Y, sobre todo, que en el estado actual de nuestra política unos y otros son igualmente limitados y tontos, así como que la diferencia de altura moral e intelectual que les separa es prácticamente inexistente. Quizá tomaran conciencia también que los votos no pueden ser el único objetivo, pues obtenerlos a base de la idiotización de la población no constituye un triunfo real. Cuando llega el terremoto, el poder es siempre inútil.
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