Para la Iglesia, el pecado original constituyó una mancha que nos hizo nacer a todos malvados y sucios. Es lógico que, durante siglos, la Inquisición al investigar cualquier herejía partiese de una presunción de culpabilidad. Y no iban mal encaminados; los pensamientos y los hechos del hombre son siempre equívocos, pueden ser interpretados de la más diversa manera. En la historia del crimen son muy conocidos los casos de personas que confiesan los delitos más horripilantes cuando, al cabo del tiempo, se comprueba su total irrealidad. No se trata de fabuladores o locos; lo que ocurre es que, al examinar los aspectos más recónditos de su mente, llegan a encontrar motivos para dudar.
La policía, y los acusadores en general, juegan con una gran ventaja: son los primeros que ofrecen una narración coherente de los hechos. El imputado se encuentra con la obligación de destruirla, y si es inseguro, o su conducta ha sido compleja, puede llegar a convencerse de su propia culpabilidad. Tenemos un ejemplo bien reciente: el joven acusado de la violación y asesinato de su hijastra. En su interrogatorio, según la filtración difundida, se recoge lo siguiente: “dice que perdió sus casillas, que la niña estaba llorando y quejándose, por lo que la zarandeó…y le apretó fuerte la barriga, la verdad es que bastante fuerte”. Añade “que se puso muy nervioso, que se arrepiente”. El informe forense es sin embargo concluyente: el acusado no realizó ninguna acción reprobable, todo ocurrió por mero accidente. ¿Por qué, entonces, declaró en esa forma? Probablemente, porque llegó a dudar de sí mismo.
El apocado señor que pasa todos los días, a la misma hora, delante de una casa para observar a una bella señorita que riega sus plantas en la ventana, sin atreverse a dirigirle la palabra, puede encontrarse, de buenas a primeras, con la acusación de haber participado, al menos como cómplice, en el atraco de la joyería del bajo. La policía le exhibirá las imágenes grabadas por la cámara situada en la puerta, que le sacan semana tras semana con rostro vigilante, y de lo más sospechoso. Cómo explicará que se limitaba a participar en una aventura amorosa imaginaria. Le tomarían por un imbécil; por otra parte, es cierto que en ocasiones soñó con poder regalar a su amada alguno de los bellos brazaletes que allí se mostraban ¿No tendrían razón?
El TEDH ha dicho con reiteración que la angustia del procesado debilita su capacidad de defensa. Si los medios, en vez de informar, participan de la acusación, la posibilidad de expresar la propia versión disminuye con intensidad. Cuando el universo entero te considera culpable, ¿cómo sostendrás tu propia inocencia?
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