Decía John Ruskin, uno de los pensadores más originales del siglo XIX, que las grandes naciones escriben su autobiografía en tres manuscritos: “el libro de sus hechos, el libro de sus palabras y el libro de su arte….pero de los tres el único fidedigno es el último”. Si fuera verdad, y probablemente lo es, parece interesante examinar el de España, nos ayudaría a comprender las características profundas de nuestra sensibilidad. Propongo tres obras, en primer lugar “la monstrua”, representa a una pobre niña, Eugenia Martínez Vallejo, extraordinariamente fea y obesa, que servía de distracción en la corte de Carlos II. Juan Carreño Miranda la pinta desnuda para mejor exhibir su horrendo aspecto.
A continuación, el “finis gloria mundi”, atroz espectáculo de unos prelados descompuestos en su tumba con una fría advertencia: “ni más ni menos”, la pompa no sirve en el más allá. Nadie que dibujara una cosa así, aunque se llamase Valdes Leal, y represente uno de los grandes nombres de la pintura universal, podría considerarse sano. Era un enfermo, aquejado del mismo mal de sus contemporáneos: la obsesión por el pecado y la muerte. Por último, me gustaría llamar la atención sobre “la mujer barbuda” de otro de nuestros genios, Ribera. No puede haber nada más impactante; el realismo sin matices, la pura y simple crueldad, se refleja en ella. Los ejemplos podrían continuarse, pero nos basta con citar a los enanos y bufones de Velazquez.
Si hacemos ahora un giro, y contemplamos el libro de nuestros hechos, tendríamos que convenir que lo que realmente ha dado personalidad específica a esta nación ha sido el descubrimiento y conquista de América. Tenía razón Bernal Díaz del Castillo cuando afirmaba que “no había habido nadie, ni entre los antiguos ni entre los modernos, que tal atrevimiento tuviesen”. Las hazañas de Hernán Cortés no tienen parangón, es cierto, pero son las propias de un genio iluminado. La verdad es que hemos sido un país de locos y santos, algo muy difícil de adaptar a una civilización cartesiana como la que los occidentales pretendieron crear. Francia simboliza su idiosincrasia en la Revolución de 1789, Italia en el Renacimiento y el recuerdo de Roma, Estados Unidos en el culto a la individualidad. Y Alemania puede refugiarse en la filosofía.
Somos un país atormentado, y nada lo expresa mejor que la fiesta de los toros: belleza y sangre en rara unión. Es lógico, y triste, que pretendan abandonarnos quienes alardean de distinta identidad. De hecho, Ortega pensó que nos quedaríamos reducidos a Castilla. Pero lo cierto es que, con sus virtudes y defectos, la historia de Occidente no puede comprenderse sin la nuestra. Y como me atraen los seres torturados, España expresa mi propia angustia personal.
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