Isaac Rosa, un brillante escritor novel, ha publicado hace poco tiempo un sorprendente relato denominado “El país del miedo”, “un lugar imaginario donde se haría realidad todo lo que tememos”. La verdad es que no podemos adivinar dónde pretendió situarlo, si es que quiso hacerlo en alguna parte, pero, desde luego, España sería un perfecto candidato, a juzgar por las reacciones en materia de política internacional de su clase dirigente. Desde la “marcha verde”, todas y cada una de las decisiones adoptadas con respecto al Sahara han sido inspiradas por un temor que excede de lo prudente y normal para llegar a la patología del pánico, que paraliza e impide actuar con cabeza y serenidad. Edward Munch debió inspirarse en nosotros a la hora de abordar su célebre cuadro.
Cedimos la administración del territorio saharaui a Marruecos cuando, desde el punto de vista del ordenamiento jurídico, al menos si se toma en consideración el Dictamen del Tribunal Internacional de Justicia de la Haya de 1975, no existía razón en derecho suficiente para ello. Además, lo hicimos prescindiendo de la opinión pública mundial que nos recomendaba la consulta a unos ciudadanos, que se encontraban en la paradójica situación de tener la nacionalidad española. Para mayor vergüenza, habíamos bautizado pomposamente a su demarcación como una provincia, al mismo nivel que Sevilla o Lérida. Nos largamos de allí porque tuvimos pura y simplemente miedo: el de meternos en líos en el peligroso momento de la muerte de Franco. La injusta consecuencia fue que dejamos tirados a los nuestros.
Si en aquellas circunstancias nos lavamos las manos como un Pilatos cualquiera, una vez consolidada la democracia podíamos haber optado por mantener la dignidad, lamentablemente no lo hemos hecho así, y lo que ha pasado con Haidar lo confirma. ¿Por qué actuamos de tan cobarde manera? Probablemente, por una impresentable y descorazonadora razón: nuestros gobernantes tiene un miedo cerval a que nos reclamen los peñones, a que hagan lo mismo con Ceuta y Melilla y a que nos inunden con pateras. Para evitar problemas, hemos decidido convertirnos en privilegiados aliados del reino alauita. Y no nos damos cuenta que, de una u otra forma, cuando mejor les convenga, pasarán a la acción.
La debilidad de los Estados propicia el chantaje, así como otra cosa todavía más peligrosa: la desconfianza de la población. Es un hecho conocido que una parte importante de los habitantes de Ceuta y Melilla ha adquirido viviendas en la península pura y sencillamente porque no se fía de las promesas de nuestro Gobierno. Cuando cedes una y otra vez, lo único que consigues es retrasar la amenaza final. Pero es seguro que llegará, y entonces será muy tarde para reaccionar.
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