jueves, 18 de octubre de 2018

Sexo y género. ¿Una distinción real? ABC de Sevilla


Recientemente, el famoso físico teórico Carlo Rovelli en su libro El orden del tiempo nos ha narrado una historia contenida en un texto budista del siglo I de nuestra era, el Milinda-Pañja: A preguntas del rey Milinda, el sabio Nagasena niega su propia identidad personal diciéndole: “Me llamo Nagasena, ¡oh, gran rey!; pero Nagasena no es más que un nombre, una denominación, una expresión, una simple palabra: no hay aquí sujeto alguno…Nagasena no designa sino un conjunto de relaciones y acontecimientos”. El texto le sirve para plantearnos una de las grandes dudas de la ciencia contemporánea: ¿los seres humanos tienen una realidad consistente? A lo mejor no tienen ninguna, y se mueven por impulsos eléctricos como si fueran muñecos. Aun siendo así, y aunque nuestro mundo fuera un simple sueño, algo irreal, lo cierto es que para funcionar es necesario que nos atribuyamos una identidad, caso contrario no nos reconoceríamos y el espectáculo no podría continuar.

En el sueño que vivimos, desde sus mismos inicios, una característica ha servido para relacionarnos, la del sexo. Así machos y hembras, desde que en Matrix se desarrolló el fenómeno de la evolución y los australopitecos dieron lugar a los primeros ejemplares del homo, han creído unirse para garantizar la reproducción. Los hombres tenían unas determinadas características, o así se pensaba, y las mujeres otras. Ambas se complementaban y ejercían de factores que propiciaban la mutua atracción. En un plano teórico, que servía de modelo, el hombre poseía fuerza física, valentía e inteligencia, la mujer ternura, debilidad y sentido de la protección. Así, todo encajaba hasta que, ya desde Simone de Beauvoir, corrientes cada vez más poderosas de pensamiento han puesto de relieve una distinción que creen elemental: la del sexo y el género. No serían lo mismo ni mucho menos. Mientras que el sexo supondría una categoría biológica, el género lo es cultural. Así, la diferencia sexual dependería estrictamente de los genitales en tanto que el género sería un producto de la historia, que habría atribuido los caracteres positivos y protagonistas al hombre y  habría convertido a la mujer en un ente sometido.

¿Y por qué se habría comportado así la historia? Por una razón muy sencilla, nuestras sociedades serían patriarcales, estarían construidas en beneficio del varón. En consecuencia, las mujeres habrían sido educadas para descanso del “guerrero” pues se castiga de una manera u otra a las que son capaces de salirse del guión. De acuerdo con este planteamiento, el pacto social, que los ilustrados elaboraron en el siglo XVIII para limitar el poder político, excluyó conscientemente a la mujer. Es interesante señalar cómo las feministas hacen objeto de todo tipo de reproches a Rousseau cuando, en su célebre Emilio, al buscarle esposa, Sofía, se expresa en la siguiente forma: “el dominio de la mujer es un dominio de dulzura, de habilidad y de complacencia; sus órdenes son las caricias, sus amenazas las lagrimas. Ella debe reinar en la casa como un ministro en el estado, procurando que le manden lo que ella quiere hacer”. Es más, lo que no deja de ser curioso desde un punto de vista social, también escandaloso para muchos, cuando se refiere a la niñez de Sofía llega a decir algo así como mirad cómo juega con las muñecas, ella misma es muñeca.

Lo anterior es ciertamente una construcción cultural, de manera intuitiva todo el mundo ha sabido que no por el hecho de ser varón se tenía que amar el fútbol, jugar con los soldaditos y pelearse en el patio. Tampoco todas las mujeres  tenían que preocuparse por las casitas, leer el Hola o tener la sensibilidad suficiente para parecerse a la refinada Mme de Sorquainville en el retrato de Perronneau. Aunque fuere así, lo que no parece prudente es construir el mundo desde cero. Edmund Burke lo advirtió con expresividad: "Cuando veo el espíritu de la libertad en acción, me doy cuenta que se ha puesto en marcha un principio muy poderoso, y esto es todo lo que, de momento, puedo discernir. El gas carbónico se ha desatado”. Las revoluciones se desatan, pero casi siempre rebasan los límites de la  racionalidad. Nadie puede negar, desde el momento en que la moralidad religiosa ha dejado de contar, y cualquier otra está por definir, que los hombres y las mujeres pueden configurar su personalidad psicológica sin estar predeterminados por su aparato reproductor. El problema radica en que una educación poco inteligente o ideologizada lleve a niños y niñas, en la edad de primera formación, a no ser capaces de distinguir o les suma en el desconcierto.

No se puede convertir lo blanco en negro, o el hombre en mujer de un día para otro. Es infantil pensar que la diferencia sexual implica hostilidad; el que lo crea así carece del esprit de finessse que pedía Pascal, es decir, de la sensibilidad necesaria para solucionar con medida los conflictos que nos trae la vida, sea esto Matrix u otra cosa. Si la historia la hubiesen escrito machos celosos y violentos, habría que pedir que ahora no ocurriese al revés. El fanatismo nunca ha sido privilegio del varón, y  el pensamiento único es peligroso. Es mejor dudar.


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