Thomas Samuel Kuhn, un
relevante físico y filósofo estadounidense,
publicó en 1962 una obra, La estructura de las revoluciones
científicas, destinada a remover la forma de entender el
comportamiento y evolución de las disciplinas científicas. Funcionarían en cada
momento histórico a base de paradigmas, es decir, con modelos asentados y seguros de
explicación de cualquier materia, que servirían para dar sentido y encaje a
cada una de sus partes. El ejemplo más claro es el del Big Bang, de enorme
sencillez. Como señaló por primera vez el sacerdote Georges Lemaître, en el año
1931, comprobado que vivimos en un mundo en expansión, basta con remontarse a
un primer punto para comprender que todo se origina en una inicial explosión,
un excepcional acto de creación. Nadie ha podido contradecirle seriamente desde
entonces. Y todos los elementos de la física y la astronomía se adaptan al
modelo, cualquier hipótesis contraria constituiría un error o necesitaría mayor
investigación.
Thomas Kuhn advirtió que los paradigmas no
son verdaderos ni falsos, simplemente son útiles para la investigación y el
progreso del conocimiento. En efecto, el modelo geocéntrico de Aristóteles o el
de Newton es absurdo que se discutan en términos de certeza, sirvieron para
explicar el mundo en su momento y basta. La teoría del big bang a no dudar será
también superada, no es posible obviar que actualmente la discusión
especulativa sobre la realidad de los “multiversos”, que tanto sedujo a Borges
en su excepcional cuento El jardín de los
senderos que se bifurcan, empieza a ponerla en cuestión. Pues bien, los
paradigmas no se elaboran sólo en las ciencias físicas también en las humanísticas,
caso de la historia o el derecho. Así,
ha surgido con fuerza arrolladora en los últimos tiempos una novedosa concepción
de las relaciones sociales que se expresa a través de la afirmación según la
cual hemos vivido, realmente desde los inicios de la historia, en una sociedad
patriarcal. Y todo pretende explicarse, desde las relaciones sexuales a las de
carácter político, a través de esa perspectiva.
La belleza expositiva es muy importante
cuando se quiere defender una innovación. Y, en este caso, sus defensores
juegan a su favor incluso con los versículos de la Biblia. No en vano el mismo
Génesis (2:18-22 y 23) se expresó en los siguientes términos: “Dijo luego
Yahveh Dios: <<No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una
ayuda adecuada>> Y Yahveh Dios formó del suelo todos los animales del
campo y todas las aves del cielo..” Y después procedió a quitar al hombre una
de sus costillas, “rellenando el vacío con la carne. De la costilla que Yahveh
Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre”. Pero
al final ella privó a la humanidad del paraíso, y para castigarla se la
sentenció: “Con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia y él
te dominará”. No es extraño que en la primera Epístola a Timoteo (2:12) se
ordene: “Que la mujer aprenda
calladamente, con toda obediencia. Yo no permito que la mujer enseñe ni
que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada. Porque Adán
fue creado primero, después Eva”. Toda la historia habría sido consecuencia de
esta caída, que habría provocado la postergación e invisibilidad de la mujer.
El problema no es que surja un nuevo paradigma; todo lo
contrario, la especulación científica es siempre positiva. Lo negativo radica
en la descalificación sectaria de los que se oponen, pues la idea del
patriarcado no opera sólo como una hipótesis teórica, se convierte en arma
social, incluso política. En sus planteamientos más extremos, la mujer habría
sido secularmente dominada por los hombres, como si ambos sexos pertenecieran a
especies distintas o, al menos, se aglutinaran en clases sociales rabiosamente
enfrentadas hasta la liberación final, y segura, de la mujer. Habría que
advertir que los paradigmas en su tiempo más progresistas, como el del marxismo,
triunfaron en distintas sociedades a base de generar sufrimiento y dolor. Y
para nada, pues, como hemos dicho, todos los paradigmas se revelan finalmente
falsos o parciales. Indefectiblemente son sustituidos cuando dejan de ser
necesarios.
La realidad es muy sencilla, todas las especies de
hominidos que se han sucedido en la humanidad se han enfrentado a una situación de lucha salvaje con la naturaleza en la que la supervivencia, que sólo podía
asegurar la mujer, exigía la fuerza física del varón. No hay buenos y malos en
esta evolución, ambos sexos han participado en la elaboración de las reglas de
conducta y comportamientos con los que mejor podrían arrostrar las vicisitudes
de su existencia. Pensar que el hombre, en connivencia con el mismo Dios, conspiró
para asegurase el predominio no deja de ser una paranoica construcción nada
extraña, de otra parte, en tiempos de debilidad intelectual. Se ha dicho que
Rousseau es uno de los responsables de
la idea, que desarrolló la
Ilustración, de una mujer, Sofía, débil y sumisa a los deseos
del varón. Pero han sido también hombres, como John Stuart Mill, con su “La
esclavitud femenina”, los que edificaron los pilares para su liberación. Todos
somos creadores de nuestra historia, y nos salvaremos o condenaremos en común.
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