jueves, 9 de agosto de 2018

¿Sociedad patriarcal? ABC de Sevilla


Thomas Samuel Kuhn, un relevante físico y filósofo estadounidense, publicó en 1962 una obra, La estructura de las revoluciones científicas, destinada a remover la forma de entender el comportamiento y evolución de las disciplinas científicas. Funcionarían en cada momento histórico a base de paradigmas, es decir, con modelos asentados y seguros de explicación de cualquier materia, que servirían para dar sentido y encaje a cada una de sus partes. El ejemplo más claro es el del Big Bang, de enorme sencillez. Como señaló por primera vez el sacerdote Georges Lemaître, en el año 1931, comprobado que vivimos en un mundo en expansión, basta con remontarse a un primer punto para comprender que todo se origina en una inicial explosión, un excepcional acto de creación. Nadie ha podido contradecirle seriamente desde entonces. Y todos los elementos de la física y la astronomía se adaptan al modelo, cualquier hipótesis contraria constituiría un error o necesitaría mayor investigación.

Thomas Kuhn advirtió que los paradigmas no son verdaderos ni falsos, simplemente son útiles para la investigación y el progreso del conocimiento. En efecto, el modelo geocéntrico de Aristóteles o el de Newton es absurdo que se discutan en términos de certeza, sirvieron para explicar el mundo en su momento y basta. La teoría del big bang a no dudar será también superada, no es posible obviar que actualmente la discusión especulativa sobre la realidad de los “multiversos”, que tanto sedujo a Borges en su excepcional cuento El jardín de los senderos que se bifurcan, empieza a ponerla en cuestión. Pues bien, los paradigmas no se elaboran sólo en las ciencias físicas también en las humanísticas, caso de la historia o el derecho.  Así, ha surgido con fuerza arrolladora en los últimos tiempos una novedosa concepción de las relaciones sociales que se expresa a través de la afirmación según la cual hemos vivido, realmente desde los inicios de la historia, en una sociedad patriarcal. Y todo pretende explicarse, desde las relaciones sexuales a las de carácter político, a través de esa perspectiva.

La belleza expositiva es muy importante cuando se quiere defender una innovación. Y, en este caso, sus defensores juegan a su favor incluso con los versículos de la Biblia. No en vano el mismo Génesis (2:18-22 y 23) se expresó en los siguientes términos: “Dijo luego Yahveh Dios: <<No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada>> Y Yahveh Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo..” Y después procedió a quitar al hombre una de sus costillas, “rellenando el vacío con la carne. De la costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre”. Pero al final ella privó a la humanidad del paraíso, y para castigarla se la sentenció: “Con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará”. No es extraño que en la primera Epístola a Timoteo (2:12) se ordene: “Que la mujer aprenda calladamente, con toda obediencia.  Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada. Porque Adán fue creado primero, después Eva”. Toda la historia habría sido consecuencia de esta caída, que habría provocado la postergación e  invisibilidad de la  mujer.

El problema no es que surja un nuevo paradigma; todo lo contrario, la especulación científica es siempre positiva. Lo negativo radica en la descalificación sectaria de los que se oponen, pues la idea del patriarcado no opera sólo como una hipótesis teórica, se convierte en arma social, incluso política. En sus planteamientos más extremos, la mujer habría sido secularmente dominada por los hombres, como si ambos sexos pertenecieran a especies distintas o, al menos, se aglutinaran en clases sociales rabiosamente enfrentadas hasta la liberación final, y segura, de la mujer. Habría que advertir que los paradigmas en su tiempo más progresistas, como el del marxismo, triunfaron en distintas sociedades a base de generar sufrimiento y dolor. Y para nada, pues, como hemos dicho, todos los paradigmas se revelan finalmente falsos o parciales. Indefectiblemente son sustituidos cuando dejan de ser necesarios.

La realidad es muy sencilla, todas las especies de hominidos que se han sucedido en la humanidad se han enfrentado a una situación de lucha salvaje con la naturaleza en la que la supervivencia, que sólo podía asegurar la mujer, exigía la fuerza física del varón. No hay buenos y malos en esta evolución, ambos sexos han participado en la elaboración de las reglas de conducta y comportamientos con los que mejor podrían arrostrar las vicisitudes de su existencia. Pensar que el hombre, en connivencia con el mismo Dios, conspiró para asegurase el predominio no deja de ser una paranoica construcción nada extraña, de otra parte, en tiempos de debilidad intelectual. Se ha dicho que Rousseau  es uno de los responsables de la idea, que desarrolló la Ilustración, de una mujer, Sofía, débil y sumisa a los deseos del varón. Pero han sido también hombres, como John Stuart Mill, con su “La esclavitud femenina”, los que edificaron los pilares para su liberación. Todos somos creadores de nuestra historia, y nos salvaremos o condenaremos en común.



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