Ortega y Gasset decía que los pueblos que carecen de proyectos
en común eligen sistemáticamente a los peores hombres para dirigirlos. Si fuera
verdad, España se encuentra en uno de los peores momentos para comprobarlo. El
problema de Cataluña no encuentra solución, y no por torpeza de los
independentistas, no. Todo lo contrario, de lo que resulta del auto de
procesamiento y es reflejado en filtraciones periodísticas, lo que ocurre había
sido previsto al milímetro: la existencia de un tiempo en el que coexistirían
dos legalidades hasta que la resistencia continua de los rebeldes terminara por
derrotarnos por cansancio y por el inicio de una crítica internacional. La
insistencia en votar a Puigdemont, Turull o Sánchez va encaminada a ese objetivo.
¡Y no sabemos cómo reaccionar! Ante ello, me gustaría advertir lo siguiente:
Primero.- A la muerte de Franco, la astucia de nuestros
vecinos marroquíes nos condujo a una crisis internacional cuyas consecuencias
seguimos aún viviendo. Con plena conciencia de la debilidad española, y el
apoyo al menos pasivo de Francia y los Estados Unidos, Hassan II impulso la
denominada “Marcha Verde” sin tener la menos delicadeza por nuestra situación
interna ni respeto por el Tribunal Internacional de la Haya que, en una Opinión Consultiva, había señalado que sólo
era posible reconocer vínculos jurídicos de fidelidad entre el sultán de
Marruecos y algunas, sólo algunas, tribus saharauis, sin que ello pudiera
constituir título legítimo para un ejercicio de soberanía. El pánico de la
clase política española la llevó, sin embargo, a abandonar a los saharauis,
paisanos nuestros por cierto, y ceder la administración del territorio a
Mauritania y Marruecos. ¿Somos conscientes de que las ciudades de Ceuta y
Melilla, y los peñones pueden ser objeto de un chantaje similar? A juzgar por
nuestra inoperancia colectiva, parece que no.
Segundo.-Mientras se resuelve el problema catalán, que no
se resolverá sin un nuevo gobierno que se decida a romper de manera
definitiva con el procés (lo que no se
vislumbra), Gobierno y Congreso de los Diputados se muestran incapaces de abordar
el instrumento clave para la dirección política: la elaboración de un
presupuesto. ¿Cómo es posible? Sería simplemente una vergüenza que Ciudadanos y
Partido Popular se embarquen en rencillas infantiles, y celosas, relacionadas
con las próximas elecciones, nos estamos jugando demasiado como para que lo que
importe sean escaños y parcelas de poder. ¿Y el Partido Socialista a qué
espera? ¿Dónde está su política diferenciada en defensa del sentido común y la
legalidad? Julián Zugazagoitia, Indalecio Prieto y Besteiro ante todo amaban
España. No eran niños chicos jugando a las casitas, y a ver quién era más guapo
que quién. Sería suicida dedicarse a la política con el único objetivo de
alcanzar el gobierno, con independencia de la moralidad de los medios. Nos
estamos jugando el país.
Tercero.- Nos encontramos es un momento decisivo de la
historia española, también occidental, nuevas perspectivas sobre el género, la
familia, la participación de las masas y la globalización nos encaminan a otro
tipo de sociedad. Mientras tanto, en España, carecemos de conciencia de lo que
nos jugamos. Y el problema no es sólo de nuestra clase política, es de todos
los españoles. Lo único que nos parece interesar es el amarillismo y la
crueldad. Es significativo que, en las últimas fechas, sean tres cuestiones de
carácter inquisitorial las que nos preocupan: la posible condena de Urdangarín,
el master de Cifuentes y el juicio de los ERE. Si esto es lo que nos afecta es
que tenía razón Ortega: nos merecemos los políticos que nos representan.
El caso de Urdangarín lo que merece, después de tanto
tiempo, es piedad. Incluso aunque lo
absolvieran está ya destruido, y no veo la razón para alegrarse. En cuanto a
los ERE, por lo menos en el caso de Chaves y Griñán, en el de otros también, no
es posible comprender cómo dos personas esencialmente honestas y brillantes han
podido ser llevadas a juicio. Responsabilidad política es indudable que
tuvieron por el dato elemental de que, a juzgar por lo ocurrido, se equivocaron
gravemente o actuaron con torpeza. Pero, ¿llevarlos a juicio? Eso sólo es la
muestra de la crueldad y venganza de sus conciudadanos, que confunden la
responsabilidad penal con la política. Y ello lo decimos con absoluto respeto a
las decisiones procesales de nuestros tribunales de justicia, pero con la
amargura que supone comprobar cómo han sido utilizados en la guerra sucia de
los políticos.
¿Y en el caso de Cifuentes? ¿No podrían dedicarse nuestros
representantes a estudiar proyectos de regeneración social? Parece que lo único
que les interesa es eliminar al contrario mediante delaciones y chismes. Da la
impresión de que vivimos en una sociedad dominada por una Inquisición que ya no
lleva a nadie a la hoguera, pero que destruye reputaciones ajenas para ocupar
sus posiciones y disfrutar con el mal ajeno. Este tipo de políticas sólo sirven
para destruir a España y envilecernos aún más de lo que estamos.
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