Hace
mucho tiempo que escribí, valga la inmodestia, que los Parlamentos como todas
las construcciones humanas estaban destinados a la desaparición. Los hombres y sus
instituciones están sujetos a cambio, nacen y mueren. Al menos desde
Maquiavelo, el pensamiento europeo ha aceptado que las formas de gobierno no
son perennes, no hay nada eterno. Es evidente que el
Dios parlamentario ha empezado a fallar ya, por lo menos tiene serios defectos,
e inevitablemente aumentará el número de los descreídos. Lo que no es
admisible, cuando todavía no ha surgido el modelo destinado a sustituirlo, es
que por pura y simple irresponsabilidad aceleremos su destrucción sin ser
capaces de ofrecer alternativas. Creo que eso es lo que está ocurriendo.
Las
comisiones norteamericanas, a pesar de su deslizamiento a la paranoia cuando
“la caza de brujas”, actúan con seriedad y si investigan lo hacen sin el
defecto intelectual del prejuicio. En otro caso, en lugar de buscar la verdad,
analizando con mentalidad matemática las pruebas de que se disponen y las
declaraciones de unos y otros, se intentará confirmar los planteamientos
previos siempre interesados y, por tanto, parciales. Decía Jean Cocteau que nunca pertenecería a
un partido porque si lo hiciera renunciaría a su alma por servir a consignas.
Para ser miembro de una digna Comisión hay que combinar, al estilo de Max
Weber, la actitud del político con la del científico. En otro caso, se caerá en la demagogia y el
oportunismo. Es lógico que las masas, siempre incultas, se desmoralicen. Sólo
existe la verdad que se busca honestamente y con imparcialidad.
¿Y
qué decir de los ciudadanos y sus medios? Cuando, como ha ocurrido, en el curso
del interrogatorio de un importante representante político masas alocadas
cercan una Asamblea Legislativa, dejo al lector adivinar cuál de ellas, están
demostrando que no creen en nada. Han perdido algo elemental para la
convivencia civilizada: el respeto hacia la autoridad y sobre todo a la esencia
de un sistema democrático que es el concepto de soberanía popular. ¿Se han
vuelto locos? ¿Cómo se puede impedir la deliberación de la institución que los
representa? Por su parte, la actitud de
algunos medios de comunicación, no éste desde luego, dedicados a filtrar sistemáticamente
los debates de un órgano teóricamente secreto me demuestran que no saben lo que
es informar, practican un chismorreo interesado y deleznable. ¿Saben lo que
significa la revelación de secretos? Yo sí lo sé.
En
las investigaciones a las que me estoy refiriendo, no digo cuáles, ha habido
hombres honrados y dignos, nunca faltan. Lástima que el sectarismo haya
imposibilitado ofrecer a la ciudadanía una mínima explicación. En cierta
ocasión, al término de una conferencia, un compañero magistrado me acusó de
catastrofista. Creo que no lo soy, simplemente pongo pasión en lo que amo: en
el Parlamento al que como institución respeto porque, hoy por hoy, carece de
recambio. Por cierto, hay quienes no saben leer porque, si supieran, sabrían
que hay documentos que dicen muchas cosas sin necesidad de recurrir a la
simplificación, al insulto, ni al
estereotipo. Repito, hay quienes no saben leer, y sé por qué insisto en ello.
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