"¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?" preguntan a los testigos en las películas norteamericanas y la respuesta es siempre la misma: "Sí, lo juro". Pues lo hacen en falso. Las verdades absolutas no existen ni siquiera en el campo matemático, cada cual tiene la suya. Sartre ya advirtió que todas las historias personales tergiversan la realidad, pues intentan dar coherencia, con un principio y un final, a unos hechos que, mientras transcurren, son caóticos y susceptibles de infinitas interpretaciones. Nadie ve lo que el otro ve, pues cada uno parte de prejuicios distintos, y selecciona los fragmentos de la realidad que se acomodan a ellos.
Los objetos tienen la forma, colores y características que les da nuestra estructura ocular. Y, lo que es más importante, su significado será comprendido a la medida en que las propias experiencias y la genética han construido cada complejo cerebral. Somos universos cerrados, nadie puede ponerse en el lugar de los otros porque todos vivimos experiencias únicas e irrepetibles. Un viejo inquisidor actuaba en el convencimiento de que debía eliminar el mundo de herejes, y en su mentalidad El Maligno estaba presente en la vida diaria. Para sus víctimas, no sería otra cosa que un obseso que proyectaba su sadismo y miedo hacia los demás. Y los rusos que invadieron Alemania en 1945, violando a un número increíble de mujeres, actuaban en el convencimiento de que no hacían más que reparar los daños infligidos a su pueblo. No ejecutaban otra cosa que un acto de estricta justicia pues las alemanas constituirían simples y despreciables botines de guerra.
Todos los juristas saben que la inmensa mayoría de los acusados aseguran que son absolutamente inocentes, y no mienten pues así se lo han llegado a creer. Basta con acudir a los locutorios de una prisión, los asesinos se consideran víctimas de la sociedad o de los demás. Se me podrá objetar que Bretón tiene que saber si mató o no a los niños, y si lo hizo, y lo niega, une la mentira a la vileza y la crueldad. Pues no es exactamente así, pues el despecho, los odios y los celos llegan a justificar cualquier acción. Y de justificación en justificación, llegará un momento en que no sepa cuál es la verdad. Utilizará entonces la que más le convenga.
Es cierto, existen psicópatas incapaces de sentir piedad, complaciéndose en el daño que experimentan los demás. Están en condiciones de distinguir el bien, y optan deliberadamente por el mal. En estos casos, no hace falta ser calvinista para concluir que Dios, la naturaleza o sus genes les han hecho así. No tienen posibilidad de cambiar, la sociedad tendrá que apartarlos de su seno. Pero desde el punto de vista moral carecen de íntima responsabilidad.
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