Los juristas medievales decían que la verdad convertía lo blanco en negro y lo cuadrado en redondo. Y si la verdad puede hacer eso, ¿de qué será capaz la propaganda? Las personas que deliran transforman la realidad, de tal manera que un loco desatado no sólo se verá en posesión íntegra de sus facultades, se convencerá de que trata con orates cuando se relaciona con las personas más sensatas y respetables. Si un chalado interno en un centro sanitario llegara al convencimiento de que es Napoleón Bonaparte, no ha sido infrecuente, creerá que su compañero de sala es el general Murat, por más alejado que el hombre se encuentre de cualquier virtud militar.
No hace falta estar loco, todos recreamos el mundo exterior aunque no seamos capaces de darnos cuenta. Los independentistas catalanes también, y mucho. Pero existen distintos tipos de delirio: el de la gloria por ejemplo. Tomemos el caso de Oriol Pujol, ¿no pretenderá simplemente superar a su padre? Es muy posible que su posición política venga motivada por el puro y simple deseo de convertirse en Presidente de una República catalana, un inconsciente deseo paterno que no pudo realizar. Y el pobre Maragall, ¿no es sospechoso que se aliase con ERC, un partido alejado de la tradicional política socialista en Cataluña? ¿No lo haría por el deseo puramente personal de alcanzar el poder? Las posiciones políticas de ambos, una ya en el pasado, vendrían motivadas por el delirio efectivamente, por una visión de lo que les rodea falsa pero interesada.
Hay muchos tipos de delirio, el que se transmite por la educación por ejemplo. Si una Comunidad Autónoma llegara a contar con competencias decisivas en este aspecto, podría incidir de tal manera en el cerebro de los jóvenes que, al final, creyesen que una unión de al menos 500 años pudiese ser calificada de explotación colonial. De nada serviría que la realidad fuese completamente distinta, pues nadie ve otra cosa que la que le han enseñado. Los canarios podrían tener la misma falsa percepción que los catalanes si desde niños les hubiesen transmitido que los guanches pertenecían a una raza vinculada con la Atlántida, y que su posición geográfica les convertía en un país más ligado a América que a España. Por fortuna no ha pasado así.
No cabe entenderse con quien ve cosas distintas a ti. Nuestros independentistas están convencidos de que España les oprime, es negativa para su progreso y les rechaza cultural y humanamente. Nosotros creemos lo contrario. Pero lo cierto es que nos llevan al abismo cuando estamos en una crisis próxima a la de 1898. No está bonito. Es cierto que la historia de la humanidad sólo puede explicarse mediante la locura, basta con contemplar el desgraciado siglo XX en el que han proliferado todo tipo de enajenados: estalinistas, fascistas, franquistas, estos últimos más catetos que locos, etc. Al lado de todos ellos, los internos en manicomios podían considerarse seres de lo más cartesiano. Son los primeros los capaces de tocar el tambor.
En el caso catalán, la locura es bien triste, en primer lugar porque millones de castellanos y andaluces nos sentimos especialmente ligados a ellos. Pero además porque si quieren desvincularse hay un manera bien sencilla y sin traumas: participar en el esfuerzo de profundización europeo, pues una Europa unida llevaría a la desaparición paulatina de los antiguos Estados nacionales. De forma pacífica conseguirían su objetivo. Pero a los locos les gusta el escándalo, el enfrentamiento y, sobre todo, sentirse víctimas porque da muchas ventajas psicológicas.
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