En todas partes existen chalados, a nivel internacional también. No es insólito encontrar caracteres mesiánicos dispuestos a exportar sus recetas por medio mundo: si tienen medios económicos, o alguien está dispuesto a pagarles, se trasladarán sucesivamente de Somalia a Ruanda, a Kenia o hasta la misma Conchinchina si se diese el caso. La vanidad y soberbia de los hombres es infinita, así que nada de esto puede resultar sorprendente. Lo extraño es que un gobierno europeo acepte que personalidades de ese calibre puedan entrometerse en asuntos internos. Y es que tanto el terrorismo como el sentimiento independentista de una parte de la población, por grande que pudiera ser, son problemas que sólo afectan a los nacionales de cada Estado, por lo menos de los que tienen una naturaleza democrática. España, desde 1977, la tiene.
Kofi Annan no debe de estar loco, todo lo contrario, ha sido Secretario General de la ONU; en principio al menos se trata de un hombre respetable y con prestigio, ¿qué pinta entonces en el País Vasco? Obviamente le habrán recordado la importancia decisiva que tuvo la mediación para la solución del conflicto del Ulster. Sin embargo, hay un dato elemental del que no es posible prescindir: en aquel caso sí existía un problema internacional pues afectaba a dos Estados, Irlanda y el Reino Unido, y derivaba de la independencia del Eire que excluyó a los condados del norte. Además, dos comunidades, la católica y la protestante, se enfrentaban en una auténtica confrontación armada. A los propios británicos les interesaba la colaboración irlandesa, o norteamericana, pues el origen de todo tenía una carácter colonial.
En el País Vasco, los que practicaban la violencia eran terroristas y punto. Desde la llegada de la democracia, cualquier “actividad armada” no puede tener otra naturaleza que la delictiva, y para solucionarla están la policía y los tribunales de justicia. También los instrumentos políticos, pues no es posible eludir el deseo de “autodeterminación” de una parte de tu pueblo, que es necesario abordar mediante el diálogo y las urnas. Pero la intervención de mediadores ajenos al Estado implica el reconocimiento de que somos incapaces de resolver el tema con nuestros propios medios. Es una confesión de debilidad, que inspira vergüenza.
¿Alguien se puede creer que Kofi Annan se habría trasladado a España si se hubiese producido una simple llamada telefónica de nuestra más alta representación gubernamental? ¿Con Felipe González o con Aznar habría tenido lugar algo así? Es evidente que no. Ahora, nos recomiendan que “abordemos las consecuencias del conflicto”. ¿Cuáles? Si son políticas, implicaría aceptar que vivimos en un país tercermundista en el que el terror obtiene réditos.
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