El coro de “Edipo, Rey”, la tragedia de Sófocles, nos advertía: “Siendo mortal, debes pensar con la consideración puesta siempre en el último día y no juzgar a nadie antes que llegue al final de la vida”. Reflexiono sobre ello cuando pienso en la historia y vicisitudes de tantos compañeros de generación. Enrique Ruano, por ejemplo, si viviera estaría ahora próximo a los sesenta años. Fue miembro del Frente de Liberación Popular, organización juvenil antifranquista caracterizada por la originalidad de sus planteamientos. Era un idealista, que soñaba con un futuro de libertad y progreso por el que se atrevió a militar en la clandestinidad, siendo detenido por la policía política en 1969.
Si hubiera conocido la realidad “democrática” de nuestro país, ¿le hubiera valido la pena luchar? Cuando llevaba tres días en comisaría, le trasladaron a la casa donde vivía y le arrojaron, o se tiró, por la ventana de un séptimo piso. ¿Le asesinaron? Así se ha creído siempre, en cualquier caso la responsabilidad de la policía fue indudable pues estaba en su poder. Los mismos sectores sociológicos que propiciaron su detención pasaron a votar años después, sin muestra alguna de pudor, a partidos de corte reformista y socialdemócrata. Todo cambió para que nada cambiara con una moralidad oportunista singularmente adecuada. ¿Qué pensará desde la eternidad?
Para justificar su muerte, en una actuación vergonzosa que protagonizaron políticos aún en activo, el Régimen llegó a difundir a través de conocidos medios de comunicación fragmentos de su diario personal, que hacían pensar en un muchacho desequilibrado con problemas de conducta. Al parecer, cuando sus padres se atrevieron a protestar, sufrieron amenazas susceptibles de ser calificadas como de auténtico chantaje. Su historia fue trágica, pero muy pocos la recuerdan. Si no hubiera sido un valiente, hoy llevaría una existencia tan normal y anodina como la nuestra, pero sobreviviría. ¿Mereció la pena?
La vida está llena de miedosos y oportunistas, como los que existieron con abundancia en los años del franquismo. Unos y otros, sin embargo, supieron situarse muy bien. ¿Cuántos de ellos han estado militando después en organizaciones perfectamente instaladas en el sistema? Todos sabemos que muchos, probablemente demasiados, pues siempre ha sido muy provechoso colocarse al lado de los que mandan. En cambio, los que entonces se arriesgaron se quedaron en casa o murieron en plena juventud, caso de mi compañero de celda Carlos Castilla Plaza. Me gustaría poder hablar con él, como tenía sentido del humor me imagino que sin rencor se limitaría a reír, pues la carcajada es la única opción sabia.
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