Bertrand Russell, una de las mejores cabezas del siglo XX, en su introducción al libro “La nueva generación” señaló, con la claridad que le valió el premio Nobel de Literatura en 1950, lo siguiente: “el sentimiento de que el sexo es malo imposibilita el amor feliz, hace que los hombres desprecien a las mujeres con quienes tienen relaciones, y que con frecuencia sientan impulsos de crueldad hacia ellas”. En su opinión, la idea de pecado “que domina a muchos niños y adolescentes, y que normalmente se mantiene toda la vida, es una miseria y una fuente de deformación que no tienen utilidad alguna”. Con rotundidad terminaba, “hay que decirlo con sencillez y de la manera más directa, la actividad sexual es sana”. Nada de esto puede ponerse en duda. Fue un auténtico precursor, faltaba mucho tiempo aún para el mayo de 1968.
¿Qué hubiera opinado de conocer la España de hoy? Un optimista, los hay muchos actualmente, proclamaría orgulloso que los tabúes han desaparecido, todas las formas de amar están permitidas, y las relaciones han dejado de estar condicionadas por la reproducción. El placer se habría convertido en un objetivo legítimo de los seres humanos, particularmente de los españoles. Estoy en completo desacuerdo, somos una nación de catetos, en consecuencia no nos damos cuenta de que las características esenciales de una actividad sana son la finura de sentimientos, la delicadeza y la sensibilidad. Por el contrario, lo que domina en los medios de comunicación, particularmente en la televisión, es el mal gusto y la ordinariez, que es algo muy distinto.
Siempre se ha dicho que la represión produce mentes sucias, que son las que se expresan de manera generalizada en este país. En mi opinión, la inexistencia de una burguesía ilustrada ha sido determinante en este aspecto. En su momento, nadie leyó “Daisy Miller”, “Las bostonianas”, o “Manon Lescaut”, ni siquiera “La dama de las camelias”. Los salones franceses, donde hombres y mujeres disfrutaban de los placeres del intercambio intelectual, aquí fueron desconocidos. Por desgracia, nuestra clase media tuvo un carácter rural, y en el sexo sólo fue capaz de ver la brutalidad de la naturaleza. “La Regenta” es una de las mejores novelas del siglo XIX, indudablemente, pero en forma morbosa, y significativa, se refiere a los amores de un canónigo.
La liberación no consiste en repartir preservativos por las escuelas, combatir el celibato, o difundir las innumerables variantes del Kamasutra, las sociedades enfermas lo saben hacer también. Nada de esto vale si no va unido a la búsqueda de la belleza, y a un buen gusto que en España no somos capaces de tener. Probablemente, de manera bien paradójica, seguimos siendo un país de inmaduros reprimidos.
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