Decía Arthur Miller que “el sexo, el pecado y el Diablo fueron vinculados desde la antigüedad y así continuaron en Salem y continúan hoy”, por eso “nuestros adversarios siempre están envueltos en pecado sexual, y es de esta convicción inconsciente de donde obtiene la demonología su atractiva sensualidad así como su capacidad de enfurecer y asustar”. En el fondo, la razón era bien simple: Se vivía con miedo, la existencia de los hombres era tan fugaz y desgraciada que producía la necesidad de someterse a los representantes de la divinidad, que por esencia debían ser respetables y serios.
La Iglesia organizó un instrumento perfecto para vigilar a la sociedad, el inquisitorial, que concibió el placer como su principal enemigo en cuanto producía una alegría liberadora imposible de controlar. La vida era tan miserable, y el comportamiento del hombre tan culpable, de hecho todos nacíamos con la mancha de un “pecado original”, que la única actitud consecuente sería la de la paciente resignación. La felicidad no podía ser de este mundo, y desearla implicaría, al menos, una fuerte dosis de frivolidad. Todavía en los años treinta del pasado siglo, basta con leer algunos capítulos de algo tan infantil como “Las aventuras de Guillermo Brown”, los puritanos ingleses vestían completamente de negro y consideraban la risa como algo inconveniente.
La Inquisición puede ser organizada, de hecho lo ha sido, por cualquier modalidad de pensamiento único. En mi opinión, nuestro universo ha cambiado tanto que, en la actualidad, sus prácticas están siendo utilizadas precisamente contra quienes la inventaron, los cristianos. Los sacérdotes católicos han adquirido la misma condición demoníaca que tuvieron durante siglos los herejes y los descreidos, por la elemental razón de que en la lucha de ideas los partidarios del placer han llegado a triunfar. Para las revoluciones burguesas la búsqueda del bienestar constituía el único objetivo de los seres humanos. Y al final de un accidentado camino han conseguido establecer sociedades prosperas, felices y sanas, ya no hace falta esperar a Dios, lo que es bueno para toda la humanidad.
El problema es que nadie ha conseguido superar todavía la eterna necesidad de perseguir a los disidentes, a los extraños, a los que no son como los demás. Y el celibato se ha convertido en la moderna marca del demonio, quienes lo practiquen serán sospechosos de anormalidad, pedofilia y enfermedad; podría pensarse que los herejes de siempre han encontrado al final la venganza perfecta. Por eso entiendo que una manera de rebelarse contra los imbéciles será la de proclamar que el sacerdocio sigue siendo señal de bondad, educación e inocencia. Los malvados no suelen figurar en sus filas.
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