No es infrecuente que las sociedades humanas hayan sido dirigidas por niños. Hay muchos ejemplos, algunos reflejan fuertes paradojas, como el del III Reich: Un régimen sanguinario protagonista del holocausto, una guerra mundial y el sacrificio de millones de seres en función de ideas irracionales sobre la raza y la nación. Sin embargo, nadie ha sabido describirlo mejor que Charlot, en el Gran Dictador, un simple imbécil creyéndose el amo de un mundo. con el que se divertía en jugar. Pero donde se refleja con perfección su esencia es en las paradas, las militares y las del partido. Leyendo un libro de Richard J. Evans encuentro muchas fotografías de ellas, en primera fila Hitler, Goering, Hess, junto con otros jerarcas menores, con correaje, botas altas y uniforme de la organización, se pasean con mirada arrogante.
La mayoría son cuarentones, calvos, y barrigudos, no se dan cuenta, todo lo contrario, se comportan como gallos en busca de pelea. Enseñan con orgullo sus crestas nacientes ante un público enfervorizado, que les aplaude desde las ventanas. Están expresando, sin saberlo, la más elemental manifestación de la inmadurez sexual: la del exhibicionismo. Muestran universalmente sus encantos, se creen más potentes, interesantes, incluso bellos, que nadie. Y este género de bobos decidió la suerte de la humanidad durante décadas, así nos fue. Leni Riefenstahl, al filmarlos, quiso tratarlos como Dioses, no percibió que, el paso del tiempo, pondría de relieve su infantilidad.
En muchas ocasiones, los mayores desastres son protagonizados por niños, precisamente, porque no han tenido tiempo para reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. Ni tampoco para moderar los instintos primarios de destrucción y crueldad; el valor de la vida humana sólo lo pueden apreciar los seres que han experimentado los sentimientos necesarios para conocer el sufrimiento de los demás. Los que son capaces de darse cuenta de que, en el fondo, nadie vale demasiado, todos morimos desamparados y solos: las crestas quedan ridículas.
El exhibicionismo erótico ha desaparecido ya de nuestra política, ciertamente no demasiado, si se tiene en cuenta la personalidad de Sarkozy. Pero los niños siguen dirigiéndola, lo hacen más que nunca, lo que ocurre es que su inmadurez es ahora fundamentalmente mental: así más de un ministro de defensa no ha oído hablar jamás de Clausewitz, y sitúa a la antigua Könisberg en las antípodas, si es capaz de colocarla en algún lado. Los Presidentes de Gobierno, por otra parte, tienen una visión cultural no superior a la del general Custer, con una diferencia de importancia: preferirían verse en el papel de Caballo Loco. Los indios son ahora los buenos.
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