La realidad es tan compleja que necesitamos simplificar para vivir: decimos que una cosa es buena o mala, noble o indigna, según criterios establecidos de antemano. Pero no las conocemos, ni siquiera sabemos nada de nuestra propia alma. Recientemente, en una excelente película de Philippe Claudel, “Il y a longtemps que je t’aime”, se narra la historia de una mujer admirable, caritativa y sensible, que oculta su pasado: el de una asesina convicta y confesa. No es que sea capaz de engañar a los demás, su personalidad es poliédrica, y comprende, entre otras, la faceta del crimen. Ya Nietzsche advertía sobre el animal interior que todos albergamos, lo inteligente es saber sacarlo a la luz.
Es un fenómeno que no ha permanecido al margen de la literatura. Aldoux Huxley, en “Los demonios de Loudun”, nos cuenta la historia real de una monja cuya sed de poder le impele a ser elevada a la única dignidad que le está permitida en su estado: la de superiora del convento. Sabe que sólo puede obtenerla mediante el cultivo de virtudes de bondad, obediencia y oración, ajenas a ella. Lo consigue, pero no puede controlar el esfuerzo de represión de sus instintos; pierde la conciencia de la realidad, y denuncia por posesión diabólica a su párroco, Urbain Grandier, del que se había enamorado en secreto. Al final, termina llevándolo a la hoguera. La verdad es que estaba realmente poseída por el infierno de sus contradicciones.
Reiteradamente, ante crímenes especialmente horrendos, la televisión nos proporciona el mismo escenario: el de los vecinos de rellano asegurando que nadie lo hubiera dicho. El autor de los hechos había dado sobradas muestras de cortesía, deferencia y bondad, parecía incapaz de matar a una mosca…Sin embargo, en su casa, cuando nadie lo veía, o en un callejón oscuro, había protagonizado un hecho especialmente morboso y sin sentido. No se trataba de un hipócrita, ni era víctima de un trastorno mental de una clase u otra, con independencia de los que absolutamente todos padecemos. Son seres idénticos a nosotros, sólo que en un determinado momento, la mayoría de las veces por accidente, han sacado a la luz un rasgo desconocido de su personalidad. Mañana le puede ocurrir al que esto lee.
Los juristas saben que las cárceles están llenas de locos y enfermos. Antes no lo eran; es con posterioridad al delito cuando la conciencia de su acto les arroja fuera de la normalidad, no son capaces de reconocerse a sí mismos. Para mantener la cohesión social, y seguir funcionando, necesitamos condenarlos mediante un juicio penal. Además, los convertimos en proscritos. Lo que es un error moral: son dignos de tanta piedad como usted o como yo, que en cualquier momento podemos también ser culpables.
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