Asegura un dicho popular que “al que no le gusta la coba la paladea”, y es rigurosamente exacto. Todos queremos ser cultos, inteligentes y guapos, y si los demás nos lo dicen mejor que mejor. No hay duda de que el hegeliano deseo de reconocimiento constituye el último fundamento de la inmensa mayoría de las acciones humanas. Sin embargo, la búsqueda de la admiración tiene un peligro: el del autoengaño, ya sea por torpeza, habilidad del cobista o ambas cosas a la vez. Si continuamente te repiten que eres un genio, puede que termines adoptando las maneras de Einstein, aun cuando de la teoría de la relatividad no tengas más que vaga noción.
Para disminuir los riesgos, existe un método bien sencillo, aunque sea jesuítico, el de inspirarse en el “arte de la prudencia” de Baltasar Gracián. Uno de sus consejos es elemental: “conócete a ti mismo”. Los fotógrafos saben que todos tenemos un lado bueno y otro, u otros, malos, es preciso saber cuáles son. Así se evitarían errores como el de la persona llamada a disciplinas deportivas, que se pretende conocedor de la física cuántica; el del tartufo que se proclama santo; o el del charlatán que se cree Castelar, y toma la barra de la taberna por el atril del Congreso. La mayoría de las veces no tienen ninguna culpa, les han tomado el pelo, pero en una forma u otra caen en el ridículo.
Hay casos en que el perjuicio no es sólo personal, afecta a la manera de entender las reglas de la convivencia. Si un parlamentario, así en genérico para evitar problemas, se confunde de escenario, y decide exhibirse ligero de ropa y enseñando sus encantos, pondría en cuestión la forma de entender la vida pública durante siglos. ¿No era el terreno del pensamiento y el debate ideológico? Ahora ya no, se habría convertido en una casa de muñecas destinada al cultivo de la imagen, que es tanto como decir de la belleza y el interés corporal. Al fin y al cabo, la puritana América ha encontrado una nueva obsesión: la de la salud, que se conserva con la buena práctica sexual. Antes había sido el vino…
En los Estados Unidos, sin embargo, todavía hay gente que piensa, en España no. Como somos más modernos, aquí todos nos dedicamos a jugar, de ahí el auge de los espectáculos deportivos, los concursos televisivos y las pasarelas de moda. Hasta la política se ha transformado en un carnaval, ya decía Calderón que la vida es sueño. Lo malo es que, mientras dormimos, con nuestros representantes en Hollywood, Al Qaeda está reclamando Al-Ándalus, a lo mejor no es cíclica la crisis económica mundial, y el rompecabezas autonómico está todavía por fijar. A la vista del panorama, voy a ver si consigo creerme Anatoli Kárpov, el ajedrez por lo menos resulta más serio.
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