Mi química cerebral ha tenido siempre la peculiaridad de sentir una enorme debilidad por las causas perdidas. Cualquier problema ofrece tantas aristas que resulta lógico sentir cierta desconfianza hacia las interpretaciones unilaterales y “correctas”. Así, en Andalucía, el desprecio de los sectores políticamente dominantes hacia la denominada derecha me ha inspirado la simpatía que suelen suscitar los derrotados. Al fin y al cabo, a la altura del siglo XXI, sería posible preguntarse si un calificativo de ese género no constituye una simple coartada a utilizar a la mejor conveniencia del poder, sobre todo cuando las diferencias sustanciales entre los partidos puede haber dejado de ser real.
Muy recientemente, sin embargo, me he dado cuenta que esta Comunidad es tan particular, por no decir atrasada y carpetovetónica, que no solamente existe la derecha sino que está situada en momentos muy anteriores a la Ilustración burguesa, Diderot les sigue pareciendo altamente sospechoso. Lo comprobé en los primeros días de este diciembre cuando me invitaron a dar una conferencia, sobre la Constitución, en un centro religioso al que me siento muy ligado por razones familiares desde hace muchos años. Se trata de un colegio sevillano de un barrio tradicionalmente respetable y conservador.
Me limité a hablar sobre los desafíos actuales a los que se enfrenta la sociedad occidental, el problema de los nuevos integrismos, y la necesidad de luchar por el mantenimiento de unos valores por los que generaciones de demócratas han luchado. Eso sí, a manera de ejemplo de lo que significa el totalitarismo, recomendé que antes les pusieran la conmovedora película “Sofía Scholl”, inspirada en la real ejecución por los nazis de una jovencísima estudiante, que había tenido la valentía de criticarlos en plena guerra mundial. Para vergüenza de todos, la proyección originó muchas más risas y burlas que piedad.
Después, me tuve que enfrentar con preguntas de los padres y abuelos, es imposible que fueran de los chicos, que les sirvieron para arrojar afirmaciones como las de que Franco era mejor que los republicanos, que los comunistas eran más odiosos que los nazis y que ahora existe menos libertad de expresión que en el franquismo. Ciertamente, todo esto, y mucho más que dijeron, es perfectamente legítimo sostenerlo a nivel intelectual. El problema es la agresividad con que lo hicieron, la falta de educación que mostraron y, sobre todo, su incapacidad para comprender las palabras de un invitado que les había hablado de cosas completamente distintas. Como observó Talleyrand de los emigrados que volvieron de Coblenza, al cabo de los años nuestra derecha no ha sido capaz ni de comprender ni de olvidar.
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