martes, 4 de noviembre de 2008

Ser como Dioses

Al parecer, animada por el buen despegue de la sonda lunar Chandarayaan-1, la Organización India de Investigación Espacial proyecta ahora una misión tripulada a nuestro satélite. Ya no es sólo el mundo occidental, la India y China están a punto de conquistar las estrellas. Sería el resultado final de la revolución técnica que se inicia en el siglo XIX, y que quiso dar respuesta en sentido afirmativo a una pregunta que ha acompañado a la humanidad desde el inicio de los tiempos: ¿es legítimo transmitir el saber? Ya no hay dudas, de ello depende un progreso que hay que conseguir al precio que sea.

No siempre ha sido así, todo lo contrario. Por ejemplo, la masonería puso de relieve un pasaje del Evangelio de San Mateo (7,6) según el cual Jesucristo habría afirmado: "No deis a los perros las cosas santas. Ni arrojéis vuestras perlas ante los puercos, no sea que las huellen con sus pies, y volviéndose contra vosotros os despedacen". Tales palabras podían entenderse como una seria advertencia frente a la generalización de la sabiduría, y de hecho así fueron interpretadas. El conocimiento de las reglas de la naturaleza estaría limitado a un pequeño número de elegidos que podían percibir en ellas el plan del Creador, pero si se difundiesen se correría el riesgo, experimentado al inicio de los tiempos, de que el hombre quisiera equipararse a Dios. Más valdría por tanto mantenerlas ocultas.

El temor a la extensión del conocimiento ha acompañado a los hombres a todo lo largo de su historia. Durante mucho tiempo se creyó en la existencia de "libros condenados", que contendrían todos los saberes y que sería más prudente limitar a "iniciados" que los transmitirían de generación en generación, evitando que la inmensa masa de los ignorantes accediera a ellos.

Existe un miedo lógico: el de no poder controlar las fuerzas de un universo inmisericorde. El hombre sería como un niño que juega con peligrosos instrumentos que ni conoce, ni es capaz correctamente de dominar. Y es tan poderosa la naturaleza que más valdría no despertarla; que no se fije demasiado en nosotros, no se vaya a vengar. Algunos sabios se encontrarían lo suficientemente preparados como para intentar descorrer los velos de lo desconocido, pero los riesgos serían tan grandes que más valdría que lo descubierto se mantuviera en secreto, lejos de una mayoría cuya irresponsabilidad podría hacernos a todos peligrar. Chernobil, Hiroshima y Nagasaki serían los mejores ejemplos.

Si los rosacruces se hubieran enterado de que Pakistán, con el nivel cultural de su población, poseía la bomba atómica creerían que nos habíamos vuelto locos, y tendrían razón.


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