Forma parte de la cultura occidental un espléndido relato de Andersen en el que nos cuenta cómo dos truhanes se presentaron en la corte simulando ser sastres de unas vestiduras maravillosas, que permitían descubrir a los necios de este mundo, pues sólo las podían ver las personas inteligentes. El Rey, de naturaleza soñadora y que presumía de estar a la moda, les encargó un traje a cambio de una sustanciosa remuneración. No hicieron nada pero, ante el temor de ser tratados como bobos, todo el mundo repetía mecánicamente: -¡Oh, precioso, maravilloso!- Hasta que un niño, incapaz de extrañas sutilezas, a la vista del espectáculo de un señor tan importante en pelotas, soltó un sonoro: “¡El Rey anda desnudo!” y la rechifla fue general.
En España, un importante sector de la prensa parece haber descubierto también la desnudez de nuestro Monarca, y se jacta en contarlo. La verdad es que se entera un poco tarde. Ya antes de la transición, los que militaron en la clandestinidad sabían, sin necesidad de que se los dijese Santiago Carrillo, que el Rey era un producto de Franco, que con su padre parecía realizar un doble juego entre el Régimen y la oposición, y que no destacaba por su nivel cultural ni por sus conocimientos de física cuántica. Sin embargo, es indudable que un país tan franquista, como era el nuestro, no hubiera llegado a la democracia en forma distinta a la monárquica. ¿Cuánto hubiera durado una República?
Además, las funciones estrictamente simbólicas y representativas propias de su cargo encajaron perfectamente con la mejor cualidad de Juan Carlos: la simpatía. Éste es un país que ha rechazado siempre, posiblemente por la envidia, la excesiva inteligencia o brillantez de sus dirigentes políticos. Basta ver la forma en que terminaron estadistas de la talla de Manuel Azaña o Julián Besteiro o, en los último tiempos, el linchamiento público a que fueron sometidos González o Aznar. A nuestro carácter parecen irle mucho mejor las personas que no destacan demasiado, con defectos pero llanas, sobre todo si parecen bonachonas y su vicio son las faldas. Y se dice que el Rey encaja muy bien en ese papel.
Sin embargo, a la larga tus mejores virtudes pueden convertirse en taras. Y no parece muy sensato ir mandando callar a la gente, aunque al pueblo llano pueda resultarle divertido. Tampoco que miembros de su familia se dediquen a contar las maldades de dignatarios extranjeros, sobre todo si del Rey de Marruecos se trata, o a opinar sobre cuestiones complicadas de alta política; la verdad es que es un terreno peligroso. No obstante, por ahora, por la cuenta que nos trae, y sobre todo dada la catadura de quienes pretenden sustituirla, si la familia real está desnuda más valdría que todos corramos a taparla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario