Los juristas medievales decían
que la “cosa juzgada” era capaz de hacer de lo blanco negro, y de lo cuadrado
redondo. Si eso hace la cosa juzgada, ¿qué no será capaz de hacer la
propaganda? Con un ejemplo nos basta: la reivindicación de la igualdad. El tan
celebrado Thomas Piketty afirma que nunca ha existido una sociedad tan desigual
como la actual, y la izquierda nos denuncia continuamente el “aumento de las
injusticias generadas por un capitalismo ávido y codicioso”. La verdad es que
es algo radicalmente falso. En mi ciudad de origen, Tánger, cuando nací
persistía la Edad Media, ahora sigue siendo pobre pero de amplias clases
medias. Y en España, basta recordar que hace sesenta años se vivía en un mundo
esencialmente rural, lo mismo podría decirse de Italia y no digamos de
Portugal. En el fondo, no se enteran de que, desde el final de la segunda
guerra mundial, Occidente ha experimentado la consolidación de una “sociedad de
izquierdas” desde un estricto punto de vista marxista. Que pueda estar en
peligro es una cosa completamente distinta.
Caído el “telón de acero” y
desintegrada la Unión
Soviética, es posible extraer la paradójica conclusión de que
la famosa dialéctica marxista ha funcionado con todo su rigor: frente a un
capitalismo primario cruel y agresivo, tesis, se habría desarrollado la
antítesis revolucionaria, singularmente comunista, que constituiría la negación
radical de todas sus afirmaciones. Ambas, tesis y antítesis, habrían sido
superadas progresivamente, síntesis, por un sistema que respetando el mercado y
la libertad habría hecho posible la redistribución de la riqueza. El mundo
occidental se habría aproximado al viejo sueño del socialismo en libertad, sin
necesidad de acudir a peligrosos estallidos revolucionarios. La actitud neutral
y pasiva ante las relaciones privadas de la burguesía va a evolucionar hacia
el Estado del Bienestar. En la realidad, el miedo al atractivo comunista
determinó que el aparato estatal se viese compelido a realizar el trabajo
indispensable para la eliminación de los focos de miseria y desigualdad que la
lucha por la existencia, propia del primer capitalismo, habían originado.
Las principales manifestaciones de este nuevo
modelo de Estado se encuentran en aquellos sectores económicos que más pueden
afectar en la calidad de vida de las masas: la salud, la vivienda y la
seguridad social van a ser objeto de políticas destinadas a asegurar su acceso
a los sectores más desfavorecidos, evitando la marginalidad. Por otra parte, la
generalización de la enseñanza se convierte en instrumento de promoción de tal
eficacia que, desde finales de los años ochenta del pasado siglo, los programas
Erasmus, por ejemplo, han conseguido que los estudiantes universitarios puedan
completar su formación en centros de enseñanza de otros países. Lo que implica
un proceso de intercambio de tal ambición como nunca antes se había podido
realizar, y, en sí mismo, constituye un singular medio de igualación
cultural. Cualquiera, si tiene los
méritos suficientes para ello, puede escalar a lo más alto de la pirámide social,
por lo menos la educación que ha estado en condiciones de adquirir le permite
soñar con ello.
Uno
de los datos decisivos para comprobar el
carácter democrático de una sociedad es el análisis de su capacidad de
movilidad. Y actualmente es tan efectiva que un modesto futbolista puede
hacerse de oro en pocos años, adquiriendo una villa en el lago Como, lo que
antes sólo los plutócratas podían hacer. No se trata de una cita al azar, al
parecer Lionel Messi lo consiguió el año 2014. Nunca antes en la historia de la
humanidad se había llegado a un nivel tan elevado, no ya de bienestar, de lujo
cabría hablar, incluso de despilfarro. Lo que no impide apreciar la existencia
de síntomas preocupantes de quiebra del sistema. En cualquier caso y aunque
nunca pueda hablarse del “mejor de los mundos”, ni en la forma irónica de
Voltaire ni en la pomposa de Leibniz, si alguna vez se lograse no estaría muy
lejos del modelo en el que hemos vivido las décadas finales del siglo XX .
Han pasado muchos años, desde
1849, cuando el gran Víctor Hugo denunció ante la Asamblea Legislativa la
miseria y angustia del proletariado francés, terminando su discurso en la
siguiente forma: “Digo que hechos como
esos, en un país civilizado, comprometen la conciencia de la sociedad entera;
que yo me considero, yo, que les estoy hablando, cómplice y responsable de
ellos, y que tales hechos no son solamente injusticias para con los hombres:
¡son crímenes contra Dios!”. Pues bien, con el esfuerzo de personas y
organizaciones, desde las cristianas hasta las de carácter estrictamente socialista o comunista, hoy día
vivimos en una realidad socialdemócrata tal igual como nunca en la historia ha
existido. Es cierto que siguen actuando organizaciones que se califican de
izquierdas, ¿lo son realmente? Si observamos sus programas, la verdad es que
carecen de la visión ideológica globalizadora que tenía ella. La izquierda ha
muerto porque sus proyectos han sido ya realizados. Defender a los sectores
antisistema, como ahora se hace, es otra cosa.
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