jueves, 25 de enero de 2018

¿Existe la izquierda? ABC




Los juristas medievales decían que la “cosa juzgada” era capaz de hacer de lo blanco negro, y de lo cuadrado redondo. Si eso hace la cosa juzgada, ¿qué no será capaz de hacer la propaganda? Con un ejemplo nos basta: la reivindicación de la igualdad. El tan celebrado Thomas Piketty afirma que nunca ha existido una sociedad tan desigual como la actual, y la izquierda nos denuncia continuamente el “aumento de las injusticias generadas por un capitalismo ávido y codicioso”. La verdad es que es algo radicalmente falso. En mi ciudad de origen, Tánger, cuando nací persistía la Edad Media, ahora sigue siendo pobre pero de amplias clases medias. Y en España, basta recordar que hace sesenta años se vivía en un mundo esencialmente rural, lo mismo podría decirse de Italia y no digamos de Portugal. En el fondo, no se enteran de que, desde el final de la segunda guerra mundial, Occidente ha experimentado la consolidación de una “sociedad de izquierdas” desde un estricto punto de vista marxista. Que pueda estar en peligro es una cosa completamente distinta.

Caído el “telón de acero” y desintegrada la Unión Soviética, es posible extraer la paradójica conclusión de que la famosa dialéctica marxista ha funcionado con todo su rigor: frente a un capita­lismo primario cruel y agresivo, tesis, se habría desarrollado la antítesis revolucionaria, singularmente comunista, que constituiría la negación radical de todas sus afirmaciones. Ambas, tesis y antítesis, habrían sido superadas progresivamente, síntesis, por un sistema que respetando el mercado y la libertad habría hecho posible la redistribución de la riqueza. El mundo occidental se habría aproximado al viejo sueño del socialismo en libertad, sin necesidad de acudir a peligrosos estallidos revolucionarios. La actitud neutral y pasiva ante las rela­ciones privadas de la burguesía va a evolucionar hacia el Estado del Bienestar. En la realidad, el miedo al atractivo comunista determinó que el aparato esta­tal se viese compelido a realizar el trabajo indispensable para la eliminación de los focos de miseria y desigualdad que la lucha por la existencia, propia del primer capitalismo, habían origina­do.

 Las principales manifestaciones de este nuevo modelo de Estado se encuentran en aquellos sectores económicos que más pueden afectar en la calidad de vida de las masas: la salud, la vivienda y la seguridad social van a ser objeto de políticas destinadas a asegurar su acceso a los sectores más desfavorecidos, evitando la marginalidad. Por otra parte, la generalización de la enseñanza se convierte en instrumento de promoción de tal eficacia que, desde finales de los años ochenta del pasado siglo, los programas Erasmus, por ejemplo, han conseguido que los estudiantes universitarios puedan completar su formación en centros de enseñanza de otros países. Lo que implica un proceso de intercambio de tal ambición como nunca antes se había podido realizar, y, en sí mismo, constituye un singular medio de igualación cultural.  Cualquiera, si tiene los méritos suficientes para ello, puede escalar a lo más alto de la pirámide social, por lo menos la educación que ha estado en condiciones de adquirir le permite soñar con ello.

Uno de los datos decisivos para comprobar el  carácter democrático de una sociedad es el análisis de su capacidad de movilidad. Y actualmente es tan efectiva que un modesto futbolista puede hacerse de oro en pocos años, adquiriendo una villa en el lago Como, lo que antes sólo los plutócratas podían hacer. No se trata de una cita al azar, al parecer Lionel Messi lo consiguió el año 2014. Nunca antes en la historia de la humanidad se había llegado a un nivel tan elevado, no ya de bienestar, de lujo cabría hablar, incluso de despilfarro. Lo que no impide apreciar la existencia de síntomas preocupantes de quiebra del sistema. En cualquier caso y aunque nunca pueda hablarse del “mejor de los mundos”, ni en la forma irónica de Voltaire ni en la pomposa de Leibniz, si alguna vez se lograse no estaría muy lejos del modelo en el que hemos vivido las décadas finales del siglo XX .

Han pasado muchos años, desde 1849, cuando el gran Víctor Hugo denunció ante la Asamblea Legislativa la miseria y angustia del proletariado francés, terminando su discurso en la siguiente forma: “Digo que  hechos como esos, en un país civilizado, comprometen la conciencia de la sociedad entera; que yo me considero, yo, que les estoy hablando, cómplice y responsable de ellos, y que tales hechos no son solamente injusticias para con los hombres: ¡son crímenes contra Dios!”. Pues bien, con el esfuerzo de personas y organizaciones, desde las cristianas hasta las de carácter  estrictamente socialista o comunista, hoy día vivimos en una realidad socialdemócrata tal igual como nunca en la historia ha existido. Es cierto que siguen actuando organizaciones que se califican de izquierdas, ¿lo son realmente? Si observamos sus programas, la verdad es que carecen de la visión ideológica globalizadora que tenía ella. La izquierda ha muerto porque sus proyectos han sido ya realizados. Defender a los sectores antisistema, como ahora se hace, es otra cosa.





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