En los años treinta del pasado siglo,
época dominada por agitaciones revolucionarias que liquidaron el pacífico mundo
de formas jurídicas ideado por decimonónicos intelectuales burgueses, Curzio
Malaparte publicó un deslumbrante ensayo, Técnica del golpe de Estado, en el que
describía de forma estrictamente objetiva los distintos modos de acceder al
poder por la fuerza, es decir, por vías no previstas legalmente. En su ensayo
se ocupó de los supuestos más conocidos: “la marcha sobre Roma”, los golpes de Piłsudski y Primo de Rivera, en
Polonia y España, y, sobre todo, el leninista por el que parecía mostrar
singular predilección pues bastaba controlar los centros reales de poder sin
necesidad alguna de violencia. Su relación es bien interesante, sin embargo no
pudo conocer una forma mucho más eficaz, la pujolista, que cabría sintetizar en
dos frases: avui paciència, demà independència” y “fer país”.
Con
esas dos frases, el genio maquiavélico que es Jordi Pujol sintetizó el golpe de
estado que actualmente perpetran los independentistas. Se trataba de dejar
transcurrir el suficiente tiempo para “socializar”
la población, es decir, homogeneizarla en el pensamiento nacionalista: bastaba
controlar la educación, la enseñanza de la historia e imponer el catalán como
“lengua vehicular y propia” de la Comunidad. Si se hace creer a generaciones de niños que forman un pueblo
con un destino especial, y conformas una historia a su medida, el golpe de
estado independentista se hará efectivo a medio o largo plazo. De hecho, al
cabo de cuarenta años de separación intelectual, una parte muy considerable de
la sociedad catalana se ha desconectado. ¿No han observado como sus dirigentes,
desde Marta Rovira a Puigdemont, sin necesidad de aludir al caso realmente
espectacular de la Consejera de
Educación, son incapaces de expresarse correctamente en castellano? Los que no
hablan la misma lengua, viven cerebralmente en mundos distintos, y cualquier
antropólogo así lo reconoce.
¿Qué
hacemos? Algo elemental, poner de relieve la falsedad conceptual del
independentismo: ¿Cuál es el sujeto del
derecho de autodeterminación? Sin resolver este problema, ¿cómo puede abordarse
algo de tanta trascendencia? Los partidarios de la Esquerra nos dirán que ese
sujeto se encarna en los ciudadanos que residen en dicha comunidad, sin ninguna
restricción, y así lo establecen, en esencia, en su ley de transitoriedad
jurídica y fundacional de la Republica. Pero es absurdo, y conduce a que un ciudadano de
Marruecos, muy respetable desde luego, por el mero transcurso de cinco años de
residencia se convierta en catalán, en tanto que los españoles de otras
Comunidades quedan excluidos. Con este argumento, son catalanes exclusivamente
los que tengan actualmente vecindad administrativa en esa región. Si no fuera
tan dramático, sería risible. Y
demuestra que no saben lo que es una Nación, incluso en el sentido
romántico y clásico del término.
El célebre Ernest Renan, en su opúsculo Qué es una Nación, se contestaba diciendo
que era “un sueño de porvenir compartido”. Es decir, carece de connotaciones
objetivas. Como diría un conocido profesor de derecho administrativo español,
“forman parte de una Nación todos los que lo quieren hacer”. Si es así, los españoles
somos catalanes por el simple hecho de nuestra condición nacional, que nos
viene atribuida por el ordenamiento jurídico. El Derecho es un producto de la
civilización, y la adhesión a sus preceptos no sólo determina un cuadro de
facultades y deberes, moldea la personalidad hasta el punto de que, al darte
una nacionalidad, te hace partícipe de su historia. El nacimiento, con arreglo
a los requisitos establecidos en el Código Civil, te atribuye la cualidad de español, que
integra una complejidad territorial con plurales historias, y nadie te puede
privar de ella. El sentimiento de pertenencia a un país, a una
"patria", es algo subjetivo, simbólico, y no hay nada que contribuya
más a la creación de símbolos que el ordenamiento jurídico.
El imperio mediterráneo, obra en gran
medida de una dinastía catalano aragonesa, las expediciones por Neopatria, la
Renaixença y Tirante el Blanco constituyen el patrimonio de un gaditano en la
misma medida que el de un barcelonés, y no nos lo pueden robar. Ramallets,
Olivella, Segarra, Gensana, Tejada, Kubala y Czibor son tan nuestros como el
canto de Els Segadors o Joan Manuel Serrat, también Gaudí. ¿En nombre de qué
nos pueden privar de ellos? La historia de Cataluña es mi historia, así como la
del califato omeya la de un barcelonés. La Constitución española de 1978 es
nuestra fuente de patriotismo constitucional y, en tanto no la modifiquemos los
españoles, Cataluña es España. No cabe
negociación alguna ni referéndum pactado. El artículo 1.2 de la CE señala
que “la soberanía nacional reside en el pueblo español del que emanan todos los
poderes del Estado”. Mientras no se modifique, y depende de todos nosotros, no
será posible independencia alguna. Si nos quitaran Cataluña, nos estaría
usurpando nuestra nacionalidad.
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