Cuando los sistemas políticos mueren, las sociedades se quedan sin criterios seguros de conducta con los que poder orientarse. ¿Qué significa ser progresista?, ¿dónde está los antiguos reaccionarios? Hasta que no surja un nuevo paradigma, aceptado por la generalidad, todas las cuestiones pueden plantearse. Es posible que la desmoralización cunda, los descreídos suelen caer en la depresión, pero la verdad es que vivir constituye entonces un espectáculo apasionante para quienes tienen el vicio de pensar. A la manera cartesiana, los puntos de partida pueden reconsiderarse aun cuando fuese políticamente incorrecto hacerlo, al fin y al cabo los miedosos suelen ser muy aburridos. Si las ideologías desaparecen, ¿por qué no poner en cuestión las que han sido dominantes? Por ejemplo, ¿tiene sentido el sufragio universal? Hasta muy avanzado el siglo XIX, relevantes sectores de la intelectualidad europea estaban convencidos de que no podían formar la voluntad de la Nación quienes carecían del talento necesario para comprender sus reglas y necesidades.
Los elementos más cultos y preparados de la sociedad europea de la época, que ciertamente coincidían desde luego con los más adinerados, y de ahí el sufragio censitario, a la hora de plasmar jurídicamente el contrato que oficializaba el nacimiento de la nueva sociedad, se plantearon el problema de los límites de la participación política. De hecho, en los constituyentes franceses de 1791 influyó una idea hasta cierto punto recurrente en la historia del pensamiento, la de que "las instituciones democráticas puras destruirán, tarde o temprano, la libertad o la civilización o ambas". Era la expresión de un enorme miedo a la "la manada común", en expresión de Burke, pero reflejaba también la convicción de que solamente las personas preparadas están en condiciones de participar en los asuntos públicos aun cuando, paradójicamente, la propia Declaración de Derechos hubiera proclamado solemnemente que todos los ciudadanos tenían derecho a participar personalmente, o por sus representantes, en la elaboración de la Ley.
Nuestra sociedad política está regida hoy día por las masas, el proceso de alargamiento del poder que se inició en 1789 ha llegado a su fin: todos los hombres son iguales, todos en consecuencia pueden elegir y ser elegidos. ¿Es justo esto? Indudablemente lo es, lo malo es que al final será la mediocre mayoría la que decida nuestros destinos. De Gramsci a Berlusconi hay un trecho bastante largo. Si los brillantes desaparecen de la escena, ¿quiénes se quedarán? Ortega ya señaló que el advenimiento de la sociedad de masas suponía un grave riesgo para la sociedad occidental.
He sido comunista, y he admirado a Dolores Ibarruri, Santiago Carrillo y Margarita Nelken. Ellos no eran masa, pues poseían la enorme virtud de la originalidad. No es una cuestión económica, en España los ricos tampoco han leído nunca. Lo que critico es un mundo dominado por la pereza mental. Una Inquisición dirige las conciencias: la de los pobres de espíritu e incultos.
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