En las “danzas macabras”, que se convierten en uno de los temas artísticos más interesantes de la Edad Media, aunque sólo fuese por la realidad psicológica que expresan, la muerte sacaba a bailar a todos los personajes de la escala social. Su finalidad era moral, recordaban el fin de todas las ilusiones temporales: la belleza, la distinción, la sabiduría y el poder, no digamos la vanidad y la soberbia, terminaban en la pura y simple descomposición física. La vida era tan fugaz que en cualquier momento te podían invitar a danzar, sin que pudieras negarte. Mejor era no aspirar a nada, dedicándose a la oración y a prepararse para el buen morir, pues la vida inspira miedo. Con motivo de la epidemia de peste que azotó Londres en el año 1665, Daniel Defoe publicó un impactante Diario de la misma que todo el mundo debería leer.
Con la Ilustración todo cambió, y Saint-Just, de manera bien altanera, escribio que “la conquista de la felicidad era una idea nueva en Europa”. Los constituyentes franceses en distintos textos normativos proclamaron en forma solemnne que los hombres tienen unos derechos sagrados e inalienables cuales son vida, libertad y felicidad ¡Qué estupidez! No existen otros derechos que los que el sistema normativo esté en condiciones de ofrecer. ¿Y cómo se puede garantizar algo que depende del azar, de los accidentes de la naturaleza o de la pura y simple reserva de serotonina personal? Si nos lo creemos, y la gente termina por creerse cualquier cosa, generaciones de frustrados estarán buscando culpables de su desgracia por todas partes.
La felicidad ha llegado a constituir tal obsesión que internamos a nuestros abuelos en residencias, a los enfermos en hospitales alejados del centro, y a los muertos los llevamos a tanatorios para después incineralos como un mal sueño que hubo que pasar. Además, como niños mal criados, exigimos de los poderes públicos los más diversos regalitos, a todo creemos tener derecho sin ninguna responsabilidad. Y no nos damos cuenta que, como decía un relato medieval, en los cementerios los muertos les siguen gritando a los vivos: “Lo que sois lo fuimos nosotros, lo que somos ahora también vosotros lo llegaréis a ser”.
Es verdad, la ciencia y la cirugía cerebral están desarrollando tal tipo de avances que es posible que, en pocas generaciones, nos proporcionen al nacer la dosis de serotonina necesaria para superar cualquier adversidad. Y si falla, la intervención hospitaria podrá reparar cualquier accidente Entonces, el proceso evolutivo habrá dado lugar a una nueve especie, que ya no llorará y habrá superado el terror y la angustia personal. Pero no podrá hablarse de hombres sino de otra cosa, de hecho Francis Fukuyama ha pronosticado que la próxima revolución será biológica y química. Dios no pudo haber creado esto salvo que, como decían los ilustrados, se tratase de un perfecto y frío relojero. Perderemos a los poétas, suelen estar simpre tristes. ¿Será posible vivir sin Keats, Lord Byon o el mismo Becquer?
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