Si un extranjero, no demasiado culto, preguntase quién
es Juan Carlos I, se le podría contestar que es el representante de una
dinastía cuyos miembros, salvo el dudoso caso de Carlos III, no han destacado,
al menos en España, ni por su sabiduría ni por su carácter democrático. Fernando
VII constituye el mejor ejemplo de un déspota cruel capaz de plegarse a un
invasor para luego jurar una constitución que no tenía ninguna intención de
cumplir. El recuerdo de todos ellos va unido al de la decadencia, no es su
culpa, pero la verdad es que cabría haberles pedido ciertas dosis de grandeza, que
no consiguieron manifestar. Sería una mezquindad responsabilizar de eso a nuestro rey, pero en
el análisis histórico es un dato que permanecerá.
En lo que a él respecta, puede pensarse que, junto a
D. Juan, protagonizó una especie de doble juego entre Franco y la oposición con
el único objetivo de alcanzar el poder. Y si fuera verdad que tuvo que decidirse
entre su padre y el dictador, no parece que merezca un juicio muy favorable
quien elige la segunda opción. Por otra parte, si el estilo es el hombre, ¿cómo
juzgar a una persona que acepta el proceso de Burgos, las condenas de 1975, o
la represión de miles de estudiantes y obreros demócratas sin un gesto de
protesta? Considerar que lo importante era la Corona no dice mucho sobre su
decencia y responsabilidad. Nicolás Salmerón renunció a la presidencia de la
primera república, como todo el mundo sabe, para no verse obligado a firmar
unas penas de muerte.
Pienso que todo esto es verdad, pero también lo es
que sin él no hubiera sido posible la democracia en España, que su rostro
derrocha bondad y que el golpe del 23 de febrero no hubiera sido desarticulado
sin su intervención. Sus características personales conectan demasiado bien con
las del pueblo español, que parece preferir sistemáticamente la gracia y la
campechanía a la cultura o la inteligencia. España es un país duro, en el que
la política se suele deslizar por los caminos del odio, la intolerancia y la
mala fe. Nada de esto puede predicarse de Juan Carlos, lo que ya es bastante.
Además, hemos contado con la ventaja de una reina que parece haber operado
sabiamente como elemento de control y estabilidad.
Por otra parte, estamos a punto de ser intervenidos económicamente,
el País Vasco y Cataluña, más pronto que tarde, nos plantearán un referéndum de
autodeterminación, y para colmo en cualquier momento Marruecos nos puede
suscitar un incidente internacional en relación con Melilla. Lo que se nos viene encima es de tal gravedad
que parece suicida enfrentarnos con un problema de abdicación. En el futuro ya
vendrá la República, ahora mejor no.
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