El único problema filosófico verdaderamente serio no es el suicidio como brillantemente sostenía Albert Camus, en El mito de Sísifo, cuando afirmaba: "Juzgar si la vida vale o no la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía". La cuestión esencial es la que ha acompañado desde siempre al pensamiento, al menos desde Platón: ¿somos capaces de percibir la realidad o sólo sus sombras? Es muy probable que las ideas que constituyen el fundamento de nuestro mundo sean meros fantasmas inventados por la angustia. Pero aunque fuese así, y estuviésemos en una caverna, si no decidimos acabar con nosotros mismos la única posibilidad que tenemos de vivir es aceptar ficciones que den cierta realidad a nuestra existencia aunque fuesen falsas.
Una de esas ficciones es la de que, periódicamente, somos capaces de decidir en libertad a través de elecciones realizadas por sufragio universal. Es un paradigma que no cabe poner en discusión, pero ¿sigue siendo real? En la vida siempre es conveniente dudar, así se ha dicho, con estilo literario, que la historia puede dividirse en varias etapas: la de los Dioses dio paso a la de Dios, que se vio sustituido por el hombre, y después por el progreso que creó el robot, punto final en la historia de la evolución. ¿Los robots necesitan celebrar elecciones? Sólo si quisieran mantener apariencia humana, y soñar con su capacidad de opción. El sistema funcionaría mejor si se lo creyeran.
¿La humanidad actual ha entrado en la era del robot? Si lo que la caracteriza es la pérdida del sentido de la diferencia, la eliminación de la personalidad políticamente incorrecta, y el rechazo a la originalidad, sería posible responder afirmativamente. Los sistemas ideológicos han desaparecido, y el objetivo parece ser que toda la gente piense igual. Se ha dicho que contradecir la geometría supone negar abiertamente la verdad, y nuestro mundo parece querer organizarse en forma exacta, racional y calculada. Todo esto podrá ser muy perfecto, pero la verdad es que le falta poesía y, sobre todo, pura y simple sensibilidad. Es lógico, vivir apasionadamente ha sido siempre una de las características de los hombres libres.
Hay seres que no han conseguido la frialdad de las matemáticas pero tampoco son capaces de mantener la grandeza de la vieja y atormentada humanidad. Por ejemplo, en Andalucía, se celebran mañana elecciones y son tan cutres que la campaña se ha centrado exclusivamente en intentar determinar quiénes son más sinvergüenzas, los de la derecha o los de la izquierda. La robótica no ha llegado todavía aquí, pero la belleza desapareció para no volver. Hubo un tiempo en el que votar implicaba un sueño de libertad y transformación, ya no. Entonces, ganen unos o ganen otros, ¿qué más da?
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