Stéphane Hessel, héroe de la resistencia francesa, superviviente de Buchenwald, miembro del equipo redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y antiguo embajador ante la ONU acaba de publicar a sus 93 años un apasionado opúsculo, con el título ¡Indignaos!, de asombroso éxito incluso en España. Su tesis central es que la generación protagonista de la lucha contra los totalitarismos del siglo XX se ve decepcionada “por la dictadura actual de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia”. Además, “nunca habría sido tan importante la distancia entre los más pobres y los más ricos, ni tan alentada la competitividad y la carrera por el dinero"
No es el único que piensa así, un intelectual tan interesante como Tony Judt ha venido denunciando la progresiva destrucción del Estado del Bienestar. Sin embargo, no estoy de acuerdo con sus planteamientos; claro que hay razones para indignarse, y mucho, pero por causas distintas a las señaladas. Nunca han sido menores las diferencias entre ricos y pobres a escala planetaria; nací en Marruecos en 1952 y sé lo que digo. Siguen existiendo injusticias y relevantes, pero por primera vez en la historia la movilidad social empieza a ser posible, casi nadie está condenado a la tierra para toda la eternidad.
Los motivos de indignación deben estar en otro lado: en la dictadura del pensamiento único, la mediocridad y el control social. Antes éramos conscientes de vivir bajo un régimen opresor, fuera el franquista o cualquier otro, mientras que ahora soñamos que somos libres cuando en realidad nos dominan mentalmente, lo que es mucho más grave, las técnicas manipuladoras del Poder, que esencialmente se encuentra en los medios de comunicación. Estamos creando generaciones tan idénticas que hasta la manera misma de amar, reducto último de la intimidad, se ha uniformado. Para los estudiosos de la ciencia política, lo que distinguía al hombre era el razonamiento, que nos convertía en distintos y únicos, pues la diferencia individual era la cualidad más característica de la inteligencia. Ahora, millones de seres están convencidos de que la felicidad se identifica con la ausencia de angustia, es decir, con el ocio ensordecedor de unos medios audiovisuales que impiden rebelarse y pensar a la contra.
La falta de originalidad nos convierte en autómatas dispuestos a seguir los dictados universalmente aceptados. Para mayor desgracia, sería ingenuo creer en teorías conspirativas pues los responsables finales somos nosotros mismos, que deseamos huir de la tragedia de pensar. Al final, llegarán los de Al Qaeda que, ésos sí, discurren con imaginación, y de manera destructiva para los seres libres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario