En cierta ocasión, Querefonte se dirigió a Delfos para preguntar “si había algún hombre más sabio que Sócrates”, y le respondieron que nadie. Como el pensador estaba convencido de su ignorancia y limitaciones, comentó que lo que habría querido decir el oráculo era lo siguiente: “Hombres, aquel de vosotros que ha caído en la cuenta de que no vale nada en verdad en lo tocante a sabiduría, es el más sabio”. Y para despejar cualquier tipo de dudas, afirmó algo que se ha convertido en señal distintiva de la auténtica filosofía: “sólo sé que no sé nada”. En su momento, Descartes llegó a conclusiones muy semejantes cuando, hablando del conocimiento, señaló que: “de las diversas acciones y empresas de los hombres no hay casi ninguna que no me parezca vana e inútil”.
Somos vanos e inútiles, efectivamente, además desde un punto de vista estrictamente filosófico resulta muy difícil poder distinguir la vigilia del sueño, ¿cuando estamos realmente despiertos y cuando creemos que lo estamos? ¿Quién lo puede decir con seguridad? En este sentido, me gustaría recomendar la película “Origen” de reciente estreno; a pesar de aspectos burdamentemente comerciales incita a pensar. En España, en cambio, nuestros dignatarios se manifiestan muy seguros de sus acciones, por claramente irracionales y ridículas que puedan parecer, carecen de género alguno de angustia existencial.
Por ejemplo, en una Comunidad Autónoma, cuyo nombre es mejor reservarse, qué más da que sea la de Murcia, La Rioja u otra distinta, acostumbra a celebrarse al comienzo de todos los veranos un sacrificio propiciatorio a una especie de ídolo al que llaman “padre de la patria”. Una ceremonia tan respetable resulta más bien cómica pues, que se sepa, las patrias no tienen padre ni madre ni perro que les ladre, debe de tratarse de un nuevo descubrimiento. En dicho acto participan la totalidad de las fuerzas políticas con representación parlamentaria, que se dedican inveteradamente a reprocharse la mayor o menos entidad de la asistencia de unos y otros, lo que exhiben como muestra de su absoluta falta de conciencia nacional y de la perfidia de sus dirigentes. La impresión que dan no es seria, se asemeja a una farsa. A lo mejor, nada de lo que hacen es real y se trata de un sueño. Caso contrario, el absurdo superaría todos los límites.
Parece demencial que la izquierda se tome en serio este tipo de espectáculos, ¿no habíamos quedado en que el nacionalismo constituía una añagaza de la burguesía para ocultar los problemas de clase que existen en cualquier sociedad? ¿Y los conservadores? Alentar diferencias regionales no es propio de un partido prudente y de orden. Desde luego, a este país lo que va es la juerga, no la política.
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