No hay ninguna necesidad de ver la excelente película, “La duda”, de John Patrick Shanley, estrenada en el año 2008, para constatar que vivimos en un mundo carente de certezas, lo que nos provoca inseguridad y angustia. Es cierto que Descartes pretendió introducir algo de orden en nuestro caos mediante su célebre método, que partía de un axioma en principio irrebatible: “pienso, luego existo”. A partir de ahí, sería posible avanzar siempre que obtuviéramos las conclusiones adecuadas, mediante un sistema de deducciones y pruebas en cadena. Pero, ¿quién existe? ¿Es posible que mi yo constituya una mera ilusión? Todas las ideas mantenidas en la caverna de Platón evidentemente lo eran.
Las dudas de carácter personal reflejan la naturaleza trágica del hombre, pero pueden plantearse en cualquier terreno. Por ejemplo, en la política española, cabría preguntar si los miembros del Gobierno de Zapatero pueden distinguirse por su singular falta de solidez intelectual y de preparación ideológica y económica como podría deducirse de los recientes editoriales del Financial Times o The Economist o, por el contrario, constituyen un grupo de jóvenes bienintencionados, y de un progresismo que no puede ser entendido por las generaciones de más edad, ya caducas y ñoñas. Aunque las tentaciones de inclinarse por lo primero sean bien fuertes y justificadas, ¿qué más da? Carecen de posibilidad de incidir de manera profunda en la vida de nuestra comunidad.
Los grandes temas de hoy, los que verdaderamente determinarán nuestro futuro, desde la posición de Occidente frente a los integristas islámicos hasta la uniformidad que generan los medios de comunicación, pasando por el mantenimiento de la idiosincrasia cultural europea, las amenazas, reales o no, del cambio climático o incluso las guerras en Afganistán o Irak, no dependen para nada de nosotros. En realidad, hemos dejados de ser soberanos, la cualidad esencial de un Estado clásico, caracterizado por un poder absoluto e independiente. En el mundo globalizado en el que vivimos España carece de ninguno de esa clase. Actualmente, ya no hay más soberanía que la que detentan los Estados Unidos, China y, en muy buena medida, el grupo iluminado de Ben Laden.
La mayor o menor audacia del tripartito catalán, los intentos “progresistas” de proclamarnos urbi et orbi como país decididamente laico y de confeso ateísmo, o la voluntad de localizar al pobre Lorca abriendo fosas y fosas en la bella ciudad de Granada constituyen gestos ridículos a escala planetaria, no cuentan. Las decisiones con trascendencia se nos escapan, y nos contentamos con pelearnos sobre si Zapatero es o no Mr. Bean, cuando la verdad es que, si lo fuera, nuestro país sería al menos gracioso.
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