En la antigua Grecia, los juegos se celebraban siempre en el monte Olimpo. A nadie se le hubiera ocurrido la peregrina idea de trasladarlos a la península de Calcidia o a Macedonia para contentar a unos u otros. El lugar había sido elegido por los Dioses para toda la eternidad. Desgraciadamente, ahora que han abandonado el mundo, los criterios de selección resultan a veces de lo más pintoresco. Al parecer, ya no se busca la perfección del proyecto, la belleza de las instalaciones o, no vayamos a excluirlo, el designio del mismo Zeus. No, ahora lo importante va a ser cumplir todas y cada una de las normas que impongan la corrección política, es decir, la pura y simple memez.
Desde el mismo momento en que Lula señaló que ningún país sudamericano había organizado los juegos, y que ya era hora de que le correspondiesen a un país pobre, y no a los poderosos de la tierra, todo quedó sentenciado. Será mejor que Madrid se despida para siempre de la ilusión de celebrarlos: los de 2020 corresponderán a Bamako, flamante capital de Mali, país del África negra que por el sólo hecho de serlo reúne todos los merecimientos. Bien es verdad que antes estará Rabat que, a su condición africana, añade el hecho de ser de confesión musulmana y origen árabe, mérito sin duda cotizadísimo y nunca suficientemente ponderado.
Que el Barça tenga mucho cuidado, de nada le va a servir contar con Iniesta, Xavi y Messi en su equipo, ni practicar con diferencia el mejor juego del continente, fuentes de toda solvencia han confirmado que el Moldavo Fútbol Club, pundonoroso equipo del este europeo, recibirá una prima inicial de siete goles en todos los partidos internacionales que pase a disputar. La razón es de toda justicia: compensar la debilidad estructural de su país y, sobre todo, la sistemática explotación de que ha sido objeto a lo largo de siglos por las crueles y sanguinarias potencias occidentales. La única duda está en si la ventaja a conceder quedará en los siete tantos ya indicados, o subirá a ocho para lograr una mayor nivelación.
Cuando la vida se regía por criterios cartesianos, las distinciones eran concedidas por razones de mérito. Ahora todo se quiere cambiar, olvidando que la igualdad ha sido el objetivo permanente de la humanidad, y así tenemos un universo más justo. Pero igualdad no es uniformidad, al final del proceso lo que se deseaba era que los mejores gobernasen el mundo, ya fuese en política, cultura o, incluso, en el deporte. Los cien metros lisos no puede ganarlos un anciano, por muy bonito que pudiera quedar. Tampoco se podrá conceder el Nobel de Economía a Zapatero, aunque vaya usted a saber.
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