El 25 de abril de 1974 cuando los portugueses liquidaron su dictadura, los miembros de la PIDE, la siniestra policía política, fueron perseguidos en las calles y conducidos a los mismos calabozos en los que, durante años, habían sido torturados los militantes de la resistencia. No puede haber símbolo mejor de la caída de un régimen que el que los verdugos sean detenidos por sus víctimas. Se trata de una catarsis; mediante un acto violento pero sustancialmente justo se rompen definitivamente las amarras con el pasado. A partir de ese momento, ya no puede hablarse de reivindicación de una memoria histórica que ha sido llevada hasta sus últimos extremos: ¿cabría hacerlo en Italia una vez que Mussolini y Claretta Petacci fueron ejecutados y sometidos a la indignidad de sus cadáveres colgados boca abajo en público?
En España no hubo ningún tipo de reparación, y las víctimas del franquismo tuvieron que seguir conviviendo con sus represores. Será todo lo triste que se quiera, pero la transición no hubiera sido posible sobre bases distintas a las del olvido colectivo: ¿o era lógico meter en la cárcel a la mitad de una población que tan cómodamente convivió con la Dictadura? No sólo eso, la sublevación de 1936 no fue un golpe de estado, fue una guerra civil en la que unos españoles mataron a otros con una crueldad que sólo se ha visto reproducida en Europa en las recientes guerras de los Balcanes. Tan bestias fueron unos como otros, aunque, en mi opinión al menos, los que se levantaron contra la República en general lo fueron bastante más.
Personalmente, en el año 1977, cuando se celebraron las primeras elecciones democráticas, me hubiera alegrado enormemente ver detener a los responsables de las muertes de Enrique Ruano o a los siniestros miembros de la Brigada de Investigación Social cuyos nombres resulta muy difícil olvidar. No fue posible, ¿qué sentido tiene ahora remover las cosas? Lo triste de todo este debate es que, como casi siempre en nuestro país, se prescinde de una serie de datos obvios, que además no se analizan correctamente:
Primero.- Las víctimas del franquismo tienen todo el derecho histórico del mundo a la reivindicación de su buen nombre y a la proclamación de su inocencia.
Segundo.- No puede haber tampoco ninguna duda de que sus familiares deben ser protegidos, en los concretos casos en que deseen conocer su paradero y las circunstancias en que fueron represaliados.
Tercero.-El análisis de la verdadera realidad de los hechos históricos por medio de estudios, ensayos y todo género de publicaciones científicas constituye también una elemental obligación de cualquier pueblo culto.
Cuarto.- La revisión jurisdiccional de las condenas impuestas por los tribunales del régimen anterior es posible en la misma medida en que nuestro ordenamiento jurídico lo permita,
Todo lo anterior es elemental, y nadie puede dudarlo. Como tampoco que sería disparatado, en cambio, que a la altura del siglo XXI se intentase un proceso de revancha contra los vencedores en la guerra. Pura y simplemente porque han muerto, ya no existen y sus hijos no llevan género alguno de estigma, sería inmoral además que lo tuviesen. ¿O es que vamos a buscar responsables imaginarios de carácter colectivo? ¿Lo son actualmente los miembros del PP? Es evidente que no, y no sólo porque muchos antiguos demócratas militen en sus filas, sino porque habría que remontarse al inicio de los tiempos para que los crímenes individuales manchasen a las generaciones sucesivas por la eternidad de los siglos.
La guerra ha terminado y, como espléndidamente dijera Manuel Azaña en discurso pronunciado en 1938, sus cadáveres ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y “con los destellos de su luz lejana y remota como la de una estrella nos musitan el mensaje de la patria eterna que pide a todos sus hijos: paz, piedad, perdón”. A lo mejor, ellos son capaces de pedirlo y los españoles actuales todavía no. Bastante torpes serían si fuere así, porque no hay nada más absurdo que inventarse problemas que el tiempo podía haber resuelto. Unos y otros, repito que bastante más los franquistas por el simple hecho de que carecieron de legitimidad, fuimos crueles y bárbaros, no tuvimos piedad. Parece que ya va siendo hora de terminar.
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