Decía Alexis de Tocqueville que el riesgo de los regímenes aristocráticos radica en el despotismo, mientras que en los populares está en la corrupción. Desde el punto de vista psicológico sería natural, las clases privilegiadas no necesitan dinero, lo importante es la vanidad que proporciona el poder. Como lo tienen, pueden permitirse el lujo de despreciar el vil metal, y se obsesionan con el honor y la inmortalidad. Por el contrario, los titulares de funciones políticas en una democracia proceden del pueblo, carecen de seguridad económica, y pueden ser tentados por el enriquecimiento. Si fuera cierto, España sería el país más democrático del mundo a la vista del generalizado robo de los caudales públicos. ¿En manos de quién estamos?
En mi opinión, el análisis de Tocqueville es cierto, pero, en España al menos, el problema ya es de otra naturaleza. Aquí, la democracia ha muerto, nadie cree en ella. Los partidos políticos han desaparecido, la separación de poderes es irreal y no existe auténtica libertad de expresión sustituida por una dictadura del pensamiento único que arroja a las cavernas a los seres independientes. La valoración de la inteligencia se ha reducido a la nada sustituida por una civilización del espectáculo, tiene razón Vargas Llosa, que sólo se interesa por el escándalo, y la frivolidad. La complejidad y el matiz tienen muy mala prensa, aquí lo que domina es el sí o el no, basta con comprobar que todo quiere ampararse en encuestas bien simples (provenientes de las redes sociales en donde opinan niños a los que se trata como si fueran respetables contertulios).
Por otra parte, todos los personajes relevantes, en cualquier parcela de la vida social, son objeto de investigación inquisitorial por parte de los demás. La destrucción del contrario se ha convertido en un deporte mucho más popular que el fútbol, lo único que parece interesar en este país es despellejar a los que destacan: sería lícito para ello meterse en cualquier terreno desde la sexualidad a los negocios, todo vale. ¿A quién le puede convenir en esas condiciones participar en política? A nadie que tenga dignidad. Tenemos muy mala fama los españoles, incluidos por supuesto los catalanes bien reflejados en el "Conde de Montecristo", somos un país cruel y duro, por qué no leen a Montherlant, a Defoe o a Gombrich.
Creo, además, que no hay ya nada que hacer. Las corrientes subterráneas de la historia llega un momento que no pueden pararse. En medio de la crisis económica, y los ataques a la Monarquía, propiciados por seres cotillas atraídos por el morbo de Corinna, nos estalla el problema catalán. A ver si mi Tánger se independiza.
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