A la altura del siglo XXI, la
reivindicación del secreto individual empieza a constituir una exigencia de
carácter progresista, revolucionaria podríamos decir. Si negamos que los
planetas giran alrededor del sol seremos objeto de escarnio y risa pero nada
más, aunque en el futuro ya se verá quién ríe mejor pues hasta lo más evidente
puede cambiar. Pero si la imposibilidad de disentir afecta a las costumbres, o
a lo que entendemos comúnmente por moral, empezaremos a encontrarnos muy cerca
de la tiranía. Sobre todo cuando para asegurar la unanimidad nuestra vida
íntima, nuestros mismos pensamientos, puedan ser objeto de vigilancia e
información.
Los
jóvenes, los deportistas y los limpios de mente podrían darse el lujo de
exhibirse sin complejos porque actúan conforme a los códigos dominantes. El
problema es que existen viejos, incluso de espíritu, enclenques y complicados
que también tienen derecho a existir. En otros tiempos, además, y con otro
orden de valores, eran precisamente los ancianos los que merecían el respeto de
la sociedad, los deportistas se consideraban frívolos y poco viriles, y los
hombres atormentados gozaban del beneficio de la sabiduría y la profundidad.
Puede que los actuales sean mejores, pero ¿cómo se puede estar seguro? Desde el
punto de vista mental, no cabe llegar a conclusiones acertadas sin pasar por la
duda, el error y la tentación, que incluiría el deseo de oposición a la mayoría
y la critica. También la indecencia y la inmoralidad desde el momento en que en
los últimos siglos hemos creído que la mente es libre.
Si un ojo oculto pudiese entrar en cualquiera de estas
fases previas, singularmente en la de la tentación, y las eliminase o
reprimiese ¿cómo se podría llegar de manera libre al pensamiento correcto? Si
se lograse controlar la mente, desaparecerían los hombres de la tierra para ser
sustituidos por robots. Quizá sea nuestro final. Los hermanos de la antigua
Inquisición escudriñaban de manera generalizada las vidas ajenas, se
consideraban legitimados por las exigencias del Altísimo. La verdad es que
actuaban chapuceramente mediante delatores que espiaban a través de las
cortinas. Hoy día, en cambio, la tecnología permite acceder a la más oculta de
las relaciones personales, conversaciones y deseos sexuales. Las redes
sociales, vehículo actual de socialización de las masas, prescinden de
zarandajas teológicas: chismorrean y hunden a los demás en función de
exigencias del interés público, es decir, la chabacanería y la ruindad.
El daño para la personalidad individual de todo esto no
puede ser más grave. En la guerra civil española, los señoritos se quitaron los
sombreros y las corbatas, pues era indispensable pasar desapercibido,
esconderse dentro de la mayoría. Al paso que vamos, todos los que se sientan
distintos disimularán sus diferencias, y a la larga los seres libres
desaparecerán. Desvelar lo oculto uniforma, pues todos seríamos imperfectos y
sucios Reivindico el secreto, allí reside mi pecadora individualidad.
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