Para los darwinistas sociales las leyes de la evolución nos llevarían al dominio de los más fuertes, los más preparados, física o intelectualmente, para enfrentarse a las complicaciones de la existencia. Una posición que favorecía singularmente a los partidarios del capitalismo primario, de hecho fue acogida con regocijo en los Estados Unidos por los privilegiados del sistema. Se trataba de una lógica perfectamente puritana, los que triunfaban estaban predestinados desde el principio. ¿No será todo lo contrario? ¿No se dirigirá la humanidad hacia una mediocre uniformidad, en la que la personalidad individual dejará de contar? A lo mejor la originalidad constituye un obstáculo para adaptarse a un universo cambiante.
La verdad es que el culto al hombre es reciente, nace con el Renacimiento cuando el gran arquitecto León Battista Alberti le dedica una loa apasionada: "A ti ha sido concedido un cuerpo más gracioso que el de otros animales, a ti la facultad de realizar movimientos aptos y diversos, a ti sentidos agudísimos y delicados, a ti ingenio, razón y memoria como un dios inmortal". Es posible que en un determinado momento histórico la ciega naturaleza hubiese necesitado potenciar la conciencia de la propia individualidad, hasta el punto de que la soberbia sirviese a sus reglas. No sería extraño que Miguel de Mañara quisiera enterrarse bajo una pesada losa con la inscripción “aquí yace el mayor pecador del mundo”, ¡no uno cualquiera por Dios, el mayor!
En estos últimos siglos, las leyes del capitalismo, esencialmente competitivas, han fomentado la búsqueda de la perfección individual. Como diría Rousseau, "Estoy hecho de modo distinto a cualquier otra persona que yo conozca; diría, incluso, que no hay otro en el mundo como yo. Quizá yo no sea mejor, pero al menos soy diferente". Stuart Mill lo señaló con claridad: “Es cierto que las personas de genio son, y probablemente lo serán, una pequeña minoría; pero para tenerlas es necesario preservar el suelo en que crecen. Los genios sólo pueden respirar libremente en una atmósfera de libertad". Sin embargo, la cultura dominante no exigía la excelencia, lo determinante era que cada uno siguiese su destino, pues lo tenía y era único.
Actualmente, la diferencia es peligrosa. Las leyes de la evolución parecen haber encontrado un instrumento singular de igualación en las redes de comunicación. La libertad de información fue una consecuencia de la lucha contra la tiranía del antiguo régimen, con ella podría conseguirse un auténtico mercado de las ideas. Ahora parece haberse convertido en el medio ideal para el objetivo de que nadie sea más que nadie. Todos somos pecadores, sobresalir es indecente.
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