Gavrilo Princip muere de tuberculosis el 28 de abril de 1918. Los carceleros de Terezin, en la actual República Checa, al abrir la celda, donde agonizaba, pudieron leer en la pared estas rimbombantes palabras: “Nuestras sombras pasearán por Viena sembrando el pánico entre los poderosos”. Son conmovedoras por su ingenuidad, el asesinato del archiduque Francisco Fernando no sirvió para nada: la idea de la Gran Serbia se ha hundido en la historia, es un sueño que desapareció. Gavrilo era con veinte años un simple niñato, tan torpe que, después de disparar, pretendió suicidarse con una capsula de cianuro y falló, le habían vendido un producto caducado. Quería ser un héroe, pero lo unico que logró fue destruirse a sí mismo y provocar dolor, generando unos efectos que no fue capaz de predecir.
Al leer el excelente libro de Rafael Argullol, “Visión desde el fondo del mar”, que alude al episodio anterior, reflexiono sobre el hecho de que la mayoría de las acciones producen consecuencias inesperadas para sus autores, o con un significado diverso del que la opinión dominante les pretende atribuir. Así, la divulgación de los papeles de Wikileaks se quiere plantear como un tema relativo a las libertades informativas y de expresión, hasta el punto de que más de un comentarista ha llegado a decir que constituye un símbolo del triunfo de la reivindicación de transparencia. Es falso de toda falsedad, en todo caso lo sería del peligro que las filtraciones, los robos o las sustracciones de secretos de Estado, suponen para las modernas sociedades de masas. Los constituyentes decimonónicos nunca pensaron que el intercambio de opiniones habría de estar basado en la irresponsabilidad.
En las retóricas declaraciones del XIX, se decía pomposamente que “la libertad de expresión es uno de los derechos más preciosos del hombre”. Y lo es, pero nunca a costa de todo porque los ciudadanos, al menos los más conscientes, saben que cualquier garantía tiene límites, sobre todo los situados en la defensa de la propiedad ajena, y no digamos en la seguridad y defensa de la colectividad en su conjunto. Yo puedo querer estar informado de la manera más amplia posible, pero, si vivo en una democracia, concedo a mis representantes la suficiente confianza para que actúen en mi nombre con un margen que, ciertamente, está controlado por la crítica personal e institucional, y por los medios de comunicación.
El espionaje, en cambio, nunca ha sido considerado legítimo instrumento de debate. Este tema lo único que pone de manifiesto es la debilidad de los Estados Unidos. Si conservaran un poder real nunca hubieran perdido esos documentos, Assange sería sometido a tortura china. Ante Irán, todos los occidentales quedamos más al descubierto.
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