Todos los individuos podemos pasar de la realidad a la fantasía, sin riesgos y con total libertad, pues en cualquier momento cabe volver atrás. Los psicóticos, en cambio, vagan para siempre en un mundo de delirios porque se les ha roto el puente que permitía regresar; se quedan aislados y solos. A las comunidades humanas les puede pasar lo mismo; así en España hay una, Andalucía, que hace ya bastante tiempo parece haber caído en la enfermedad. En el artículo 1 de su Estatuto de Autonomía se afirma solemnemente, y como algo evidente, que constituye una “nacionalidad histórica”. ¿Quién lo dice? Desde luego no los ciudadanos que lo votaron muy minoritariamente. ¿Entonces?
A manera de justificación, en su preámbulo, se proclama entre otras cosas que el ideal autonomista “hunde sus raíces en nuestra historia contemporánea”. Así, “el manifiesto andalucista de Córdoba describió a Andalucía como realidad nacional en 1919”. Y durante la II República el movimiento habría cobrado nuevo impulso hasta el punto de que “en 1933 las Juntas Liberalistas de Andalucía aprueban el himno andaluz, se forma en Sevilla la Pro-Junta Regional andaluza y se proyecta un Estatuto”. Y ya en plan épico se concluye que “el ingente esfuerzo y sacrificio de innumerables generaciones de andaluces y andaluzas a lo largo de los tiempos se ha visto recompensado en la reciente etapa democrática”. Todo precioso, muy fino y correcto.
Sin embargo, las cosas no son tan claras. Cualquier historiador advertiría que los hechos de la realidad permiten un abanico prácticamente infinito de posibilidades de interpretación. Por eso, la opción elegida es siempre ideológica, la que más conviene al que la realiza. Además, los datos aislados no sirven para extraer conclusiones científicas. Si en los largos años del franquismo un demócrata hubiera planteado una reivindicación nacionalista no hubiera sido tomado en serio, extravagante hubiera sido su calificativo. ¿Dónde estaba entonces el recuerdo de esa, prácticamente eterna, aspiración al autogobierno?
La verdad es que lo que ocurre actualmente en Andalucía es obra de sus políticos, y no de los de la preautonomía que eran gente seria y renegaban, al menos casi todos, de las pretensiones nacionalistas. Lo que se ha pretendido es ocupar espacios de poder, y asegurarse el fundamento normativo necesario para colocarse al nivel que Euskadi, Cataluña, o, si fuere preciso, del mismo lucero del alba, no faltaría más. No se dan cuenta que concebir la vida pública en esa forma, en término de comparación entre unas comunidades y otras, no sólo es cateto y provinciano, elimina también los planteamientos ideológicos e impide una política seria de carácter estatal.
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