Hace pocos días un tertuliano televisivo llamó zorra a la Consejera de una Comunidad Autónoma. Poco después añadió que también era una guarra, probablemente para no dejar ninguna duda sobre su talento expresivo. En esto adoleció de falta de precisión, no es lo mismo zorra que guarra, y no parece muy conveniente llevar a confusión a la gente en materia tan relevante como el exacto género animal al que uno se pretende referir. En los años sesenta, los niños aprendíamos urbanidad y buenos modales; a la vista de lo anterior da la impresión de que los resultados de tal enseñanza han alcanzado escaso éxito. Cabe la duda, es cierto, de que el opinante tuviese razón, y los miembros de nuestros gobiernos hubieren empezado a andar a cuatro patas. Sería curioso aunque no demasiado sorprendente.
La capacidad de previsión de Orwell es digna de admiración, en su “Rebelión en la granja” adivinó que llegaría un día en el que los cerdos tomarían el poder. Desde luego, eran animales bien intelectuales pues actuaban inspirados en la ideología marxista, y aspiraban a conseguir una sociedad comunista que eliminase la opresión de los seres humanos. En España, al contrario, como la inteligencia ha sido siempre muy mal vista, nuestros guarros se limitan a hacer guarradas no sea que alguien les pueda imputar cualquier atisbo de disidencia ideológica. Es conveniente evitar problemas en materia tan peligrosa como la del pensamiento. Si hemos llegado a la cima de nuestra evolución no parece apropiado ir corriendo riesgos sin ton ni son.
Los que estaban evidentemente equivocados eran esos filósofos que pronosticaban un pretendido “fin de la historia”. Lo que realmente ha desaparecido para no volver, aparte del buen gusto, que va de suyo, es la idea misma de racionalidad en la vida pública. Nuestros políticos y creadores de opinión lo saben muy bien, la dictadura del voto les ha enseñado mucho. Se rumorea que este año en las escuelas de verano que organizan los partidos ha tenido un éxito loco de inscripción una ponencia de tan sugestivo título como “Lo exquisito del rebuzno”, aseguran que todos los aforos serán insuficientes.
Hegel de manera optimista señaló que el Estado no era otra cosa que “la realización del Espíritu en la historia”. El pobre no tuvo en cuenta que todo puede tener vuelta atrás. De hecho, se dice que prestigiosos antropólogos vienen observando en los últimos tiempos, entre nuestras masas y sobre todo en sus líderes, una extraña evolución que va desde el sapiens sapiens hasta el “homo erectus”. Menos mal, todavía no hemos llegado al “australopitecus afarensis”, pues entonces la diferencia con el eslabón perdido sería imperceptible.
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