Jean Paul Sartre pensaba que “todo relato introduce en la realidad un orden falaz”, pues da coherencia, con un principio y un final, a unos hechos siempre caóticos, y que pueden ser interpretados de la más diversa manera. Por ejemplo, la caída del muro de Berlín, que ahora se conmemora, es entendida en Occidente desde unas ideas previas que la explican con un cariz esencialmente negativo: el fracaso del sistema comunista, la tristeza y la ausencia de libertad. “La vida de los otros”, excepcional película de Donnersmarck, nos proporciona el marco, una sociedad asfixiante, en la que todos actúan como policías, hasta los amantes se convierten en chivatos, y la libertad no es más que un sueño. Nada de esto puede discutirse, porque responde a la verdad.
Pero los hechos pueden ser ordenados utilizando esquemas distintos, como los que permite el dato escasamente difundido de que miles de berlineses, a los pocos días de la desaparición del muro, se reunieran para entonar juntos, melancólicamente y puño en alto, los sones de La Internacional. No pretendían nada, ni siquiera una protesta, constituyó un gesto estético de lamento por la pérdida de un mundo que consideraban bello. Hace pocas fechas, yo mismo pude observar en la Alexanderplatz como una viejecita, muy parecida a la de “Good bye Lenin”, sentada en un banco con un acordeón, tocaba con orgullo la canción de “El Partisano”. De tiempo en tiempo, otros ancianos se iban acercando disimuladamente para dejar caer su óbolo. Se trata de una narración tan falaz como la primera, pero nos sirve para recordar que las cosas no son nada simples, y que el comunismo fue la ideología de los pobres de la tierra, de los desamparados.
Por otra parte, sus militantes lucharon contra el fascismo con un coraje y solidaridad admirables, sin ellos no hubiera sido posible la democracia, al menos en España. ¿Por qué perdieron? Basta leer al propio Marx para comprenderlo, la realización del socialismo sólo sería posible en países con un alto desarrollo económico, Inglaterra y Alemania esencialmente. En cambio, triunfó en Rusia y China, países feudales donde la apropiación de los instrumentos de producción daba lugar, como señalaron los teóricos, a “la generalización de la miseria”, y nada pueden las ideas, por utópicas que sean, contra el primitivo y egoísta instinto de sobrevivir.
En cuanto a la libertad, carecieron de ella, la eliminaron. Pero es posible que, de manera más divertida, y con dinero, los occidentales lleguemos al mismo resultado, convirtiendo en enfermos a los que disienten, y uniformando los deseos de los hombres a través de la publicidad. Con formas inteligentes de control, sin tortura, ni policía política, aplicando pura eficacia capitalista, puede operar también el “Gran Hermano”.
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