martes, 8 de septiembre de 2009

Guerra en Afganistán

No llamar a las cosas por su nombre conduce al engaño o al error. Pretender que en Afganistán nuestras tropas realizan una simple labor humanitaria o de solidaridad es falso de toda falsedad, hacen la guerra. Participan en un conflicto del que depende el mantenimiento de la forma de vida que define el Estado del Bienestar, desde el papel de la mujer en el mundo hasta la legitimidad de la intervención en política del sacerdote o ayatollah. Lo que está en juego es el triunfo de la civilización sobre la barbarie, y es completamente lógico que en un combate de esa naturaleza no se pueda aceptar la neutralidad. Hay quienes prefieren que nuestro país siga viviendo al modo de una adolescente ciudad alegre y confiada, pura y simplemente se ofuscan o sueñan, que es tanto como actuar con irresponsabilidad.

Una derrota en Afganistán significaría el fortalecimiento de Al Qaeda, y la caída, más pronto que tarde, de Pakistán con todo lo que supone que los islamistas se hagan con el potencial atómico de esa nación. En los últimos diez años hemos presenciado los horrores del 11 de septiembre así como los atentados de Londres y Madrid, es decir, los hemos sufrido en nuestra propia casa. Echar la culpa de los mismos a tal o cual gobierno constituye un absurdo que no puede obviar el hecho de que por razones bien evidentes, el recuerdo mítico de Al Andalus, entre ellas, nuestro país es un objetivo de primer nivel para los integristas. Sería suicida pensar que se trata de un peligro teórico, es real y está muy cerca: en el próximo sur, en los círculos fanáticos de nuestros vecinos, ¿queremos darles más armas?

El pensamiento de izquierdas nunca ha sido pacifista, bien al contrario. Ha defendido sus ideas de justicia y libertad con las armas en la mano, desde la Comuna de París en 1870, o la resistencia contra los alemanes en la segunda guerra mundial, hasta la misma defensa de la República española, y gracias a ello el mundo ha llegado a ser lo que es. ¿Desde cuando los antiguos revolucionarios se han hecho almas de la caridad? Las técnicas de apaciguamiento han sido siempre propias de los espíritus pusilánimes, los que en 1938, en Munich, fueron incapaces de impedir el expansionismo nazi. ¿Queremos volver a empezar?

Toda sociedad debe saber dónde están sus aliados y, cuando nos enfrentamos con la intolerancia y el terror, los nuestros están en los países occidentales, comparten nuestros mismos principios: los inspirados en la Ilustración, las Declaraciones de Derechos y la Revolución francesa. No parece muy sensato volver atrás, sería reaccionario, y lo es aún más no explicar todo esto a los ciudadanos.

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