martes, 12 de mayo de 2009

El Partido

Durante una buena parte del siglo XX, fue frecuente sacrificarse por las leyes de la historia, que se creía representadas en el Partido Comunista. Así, Bujarin, el gran dirigente histórico de los bolcheviques, enfrentándose a una segura ejecución, no dudó en justificar la posición de sus acusadores reconociendo traiciones y crímenes totalmente imaginarios. Sus palabras ante el Tribunal que lo juzgaba resuenan todavía con enorme fuerza: “El motivo [de mi confesión] estriba en que, durante mi encarcelamiento, pasé revista a todo mi pasado. En el momento en que uno se pregunta: Si mueres ¿en nombre de que morirás? aparecen los hechos positivos que resplandecían en la Unión Soviética. Esto fue lo que en definitiva me desarmó, lo que me obligó a doblar mis rodillas ante el Partido y ante el País”. La grandeza del personaje fue indudable.

Como explicaría Arthur Koestler, Bujarin no era más que un simple cero ante el infinito que representaba la construcción del socialismo. Si además de perder la vida, había que aceptar la eliminación del honor, no había motivos para dudar. Los seres de carne y hueso no contaban nada ante la suerte final del Partido. Pero los sufrimientos son siempre individuales, y si es necesario sufrir demasiado, eliminarse incluso a sí mismo, ¿para qué hacer la Revolución? La supresión del yo no había formado nunca parte de las aspiraciones de la cultura occidental hasta que la deificación del Estado, iniciada con Hegel, había llegado a sus últimas consecuencias.

Actualmente, nadie es capaz de ofrecer su vida por unas pretendidas leyes de la historia cuya realidad es imposible constatar, y no son creíbles. Ahora lo que se entrega al Partido, se llame CIU, PSOE, PP, PNV da igual, por simples razones de comodidad o beneficio personal, es la capacidad de decidir. La diferencia es de importancia, los sacrificios han desaparecido, todo son ventajas. Jean Cocteau había advertido: “jamás perteneceré a un partido porque eso sería tanto como renunciar a mi alma libre”. Sin embargo, a poca gente le molesta la pérdida de una abstracción si, a cambio, se evitan los problemas, desaparecen las inseguridades y se obtienen recompensas. La única restricción que se impondrá será de conciencia: habrá que pensar lo que te digan y repetir miméticamente las palabras del Pepiño Blanco de turno, que además suele ser un hombre bienintencionado, por tanto tranquilizador.

En la época de Stalin, los hombres libres eran eliminados pero Rubachov, antes de ser depurado, era capaz de disentir en el Soviet Supremo, mostrando que la complejidad de su alma estaba por encima de los totalitarismos. Ahora, basta que el correspondiente mandamás, que ni siquiera es Vichinski, levante un dedo para que todos le sigan. Pero los loros no hacen política, si son buenos, sirven para el circo.

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