martes, 10 de marzo de 2009

La venganza de la mayoría

Decía Epicuro que la dicha no la proporciona “ni la dignidad de nuestras ocupaciones ni los cargos ni el poder”. Para el filósofo, que concebía el placer como el objetivo único de la vida, la vanidad de nada servía. Hoy día, su consejo tiene una razón más evidente: Hay que evitar la caza al hombre que se desarrolla desde que entras en la vida pública. Nuestra civilización ha establecido un paradigma, teóricamente liberador, reflejado con perfección por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, “un individuo que desea obtener relevancia social debe aceptar las consecuencias de la crítica”.

Parece lógico, sería la manera asegurar la transparencia, si quieres ser valorado tienes que someterte al ojo escrutador de los medios de comunicación: Demostrarás si eres digno, o no. Un razonamiento de esta clase encierra no desdeñables peligros. ¿No servirá como coartada para eliminar a los que destaquen sobre los demás? Si la vida se convierte en una selva en la que resulta posible disparar contra cualquiera que se mueva, lo más seguro será encerrarte, con eficaces candados, en tu casa. Michael Jackson, por ejemplo, que ahora anuncia su retirada, fue objeto de innobles acusaciones por parte de la prensa, luego se demostraron contundentemente falsas. Destrozaron una vida que era ya suficientemente frágil, ¿sirvió para algo?

En nuestra sociedad, el ataque a la personalidad se ha convertido en un juego con reglas bien establecidas: la fama es bienvenida y jaleada, pero, a partir de que la obtienes, habrá que buscar todos los medios para eliminarla. Y en forma bien hipócrita, pues la excusa se encontrará en la limpieza social. En la Edad Media, los herejes eran llevados a la hoguera en forma pública, todos podían dar rienda suelta a su dosis correspondiente de sadismo y crueldad. Ahora no es necesario disentir, basta con elevarse y brillar. El riesgo para los acusadores es mínimo: cuanto más importante sea el atacado, mayor impunidad se garantizarán. La sacrosanta libertad de expresión servirá de escudo cuando las pruebas no sean suficientemente consistentes.

Los seres humanos se esforzaron durante siglos en acentuar su sentido de la diferencia, no se dieron cuenta de que llegaría un tiempo en que las cámaras no permitirían desarrollarlo. Nos sentimos bien progresistas porque hemos construido un mundo en el que nadie es inmune a la crítica. ¿No será todo un pretexto, bien inteligente desde luego, para convertirnos en seres mediocres y correctos? Una vez conseguido, los periódicos desaparecerán, quedarán las imágenes de la caja tonta que no dejan pensar, idiotizan. La envidia habría cumplido una función social: establecer el reino de la perfecta igualdad.

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