En este país la existencia de Dios empieza a ponerse en cuestión, además, como si se tratase de un gesto de valentía, se decide plantearlo en público. La verdad es que el riesgo no es muy grande, la duda ha sido siempre una de las marcas de la civilización occidental. No pasa nada, ni siquiera un escándalo real. Siempre, claro está, que al progresista de turno no le dé por negar a Alá; si fuese así tendríamos un conflicto diplomático inmediato, y nuestros turistas podrían ser objeto de cualquier atentado en una nación de confesión islámica.
Una fatwa, dictada por Ruhollah Jomeiní el 14 de febrero de 1989, instó a la ejecución de Salman Rushdie por el supremo pecado de apostasía. El motivo real consistía en la publicación de un simple libro, bien malo por cierto, en el que hacía referencia a unos “versos satánicos” presuntamente escritos por Mahoma, cuya realidad histórica ha sido siempre negada por sus fieles. En cambio, en España, el deporte de moda es declararse apóstata, y si la Iglesia pone alguna objeción, por nimia que fuera, se verá calificada de retrógrada, opresora y vulneradora de los más elementales derechos humanos. Además, el Estado será considerado cómplice de la iniquidad.
Hemos llegado a tal grado de protección de la mujer que las listas electorales tienen que ser rigurosamente paritarias, el acceso al empleo no puede reflejar diferencias que la perjudiquen, y la utilización del masculino genérico ha dejado de ser un problema gramatical para convertirse en muestra de mal gusto o de machismo inapropiado. Sin embargo, si quienes llevan un velo para ocultar su rostro, comparten su matrimonio con otra u otras señoras, o les está prohibido conducir un vehículo son musulmanas, entonces no. Hay que respetarlo como muestra de pluralismo cultural. ¿Nos hemos vuelto locos?
Cuando Voltaire escribió su “Tratado sobre la tolerancia” creía que el problema de la sociedad radicaba en el fanatismo, no se daba cuenta que, con el tiempo, la estupidez se convertiría en su mejor protección. A nadie se le ocurre firmar una alianza con quien le pretende destruir: ¿qué puede aportarte a cambio de tu silencio? Si en la segunda guerra mundial los aliados hubieran continuado en su política de apaciguamiento, ahora todos seríamos nazis. Una cosa es el respeto hacia la magnífica cultura que ha generado el Islam, su profundidad espiritual y filosófica, o los logros de su arte, y otra, bien distinta, la aceptación de costumbres que no constituyen su esencia y que no son expresión más que de retraso. Nos olvidamos que, en esos países, sus clases cultivadas comparten nuestros valores y las estamos abandonando.
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