martes, 21 de octubre de 2008

Jesucristo y Dostoyevski

Dostoyevski en Los hermanos Karamazov introduce un espléndido relato que sitúa en España, “en Sevilla para más exactitud”, en el momento en que Cristo decide visitar “a sus hijos precisamente en los mismos lugares donde arden las hogueras encendidas para los herejes”. Es reconocido e inmediatamente arrestado. Durante la noche, el Gran Inquisidor le anuncia: “Mañana has de ver a ese obediente y ciego rebaño precipitándose, al primer signo de mi mano, a arrojar leña en la hoguera donde arderás por orden mía, por haber venido a estorbarnos. Porque si alguien merece estas llamas nuestras eres Tú. Haré que te quemen. Dixi”.

No es que molestara a los poderes establecidos, que también, lo esencial es que turbaba la tranquilidad de un pueblo que deseaba que le dejaran en paz. Dostoyevski situaba la escena en el siglo XVI, podía haberlo hecho perfectamente en los tiempos actuales. La religión se ha transformado en un fenómeno pagano, basta con observar el espectáculo de la denominada “semana santa”: disputa de cofradías por la preeminencia, procesiones con autoridades de chaqué y bastón de mando, cortejos de mujeres con peineta luciendo el palmito detrás de las imágenes… Ridículo si no fuera bien triste.

Mientras el cristianismo se mantenga como espectáculo, destinado a satisfacer las necesidades de diversión de las masas o el fomento del turismo, no tendrá ningún problema. Todo lo contrario, la rivalidad pueblerina se preocupará muy mucho de que la Esperanza Macarena no quede por debajo de la de Triana o que Málaga no se vea desplazada injustamente por Sevilla, faltaría más…El problema es que, entre unas cosas y otras, se estará destruyendo todo lo que de auténtico existía en el espíritu religioso.

El historiador François Guizot, ministro de Luis Felipe, señaló que la civilización europea no podía entenderse sin el cristianismo. Es lógico si se tiene en cuenta que, como dice Pierre Chaunu, nuestro mundo conceptual parte de la convicción de un tiempo lineal: producto revolucionario de la Biblia que rompe con la idea cíclica del eterno retorno. A partir de esta constatación, la de que hay un principio y un final, es posible soñar con un universo ideal, pues estamos capacitados para transformar el actual si no nos gusta. La acción política irá dirigida entonces al perfeccionamiento humano, a la búsqueda de la justicia y de la bondad. La España de hoy no tiene, en cambio, otra aspiración que la felicidad sin sobresaltos, la quietud. Mientras sea así, y el Poder esté en condiciones de proporcionarla, los salvadores irán siempre a la hoguera.















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