sábado, 13 de abril de 2013

Un robot sin intimidad



¿Vivimos en una sociedad libre? Por supuesto que no. ¿Padece usted una depresión, o tiene síntomas de ansiedad? Si es así, nada extraño en los tiempos actuales, después de la consulta del médico se dirigirá a una farmacia para comprar la prescrita medicación. Para su sorpresa, le pedirán inmediatamente el documento nacional de identidad, y después de mirarle inquisitivamente anotarán todos sus datos en el ordenador, junto con los del doctor. Finalmente, y por si fuera poco, dejarán escrupulosa constancia de la fecha de la expedición estampando un sello en la receta. No solamente se trata de una humillación innecesaria, constituye también una vulneración de nuestro derecho a la intimidad.

¿Por qué nadie ha planteado todavía una acción de carácter jurídico? Por una razón bien sencilla: todo el mundo tiene miedo de dar todavía más publicidad a su enfermedad. Además, si se atreve a insinuar la más mínima objeción, le contestarán que la sociedad necesita defenderse del comercio, o la proliferación sin control de sustancias potencialmente lesivas. Parece muy sensato, pero de aceptar un razonamiento de esta índole, a medio plazo el conocimiento de nuestra personalidad no podrá ser más intenso. Además, ¿quién maneja los datos? Por muy honestos que pudieran ser los funcionarios, nadie puede garantizarnos que no vayan a utilizarse al final por chantajistas, aunque la moralidad social pudiera constituir su objetivo declarado.

Si después del disgusto, se dirige usted a su trabajo, sobre todo si se trata de cualquier Administración Pública, será objeto de un espionaje muy superior al que sufrieron los alemanes sometidos al régimen hitleriano. Desde todos los ángulos, le enfocarán innumerables cámaras de televisión. Todo el mundo lo acepta, convivimos con ellas como si fuera una cosa completamente normal. Y no lo es, desde el momento en que la integridad de nuestras relaciones, comportamientos, incluso palabras, van a ser conocidas por lo demás. ¿Quién controla el invento? Los defensores del sistema dirán que, hoy día, es completamente necesario por razones de seguridad. Muy correcto sí, pero habrá que reconocer que la diferencia individual corre el riesgo de desaparecer.

¿Por qué no leen “Defensa de lo privado” de Wolfgang Sofsky? Las dictaduras más peligrosas son las que están basadas en el consentimiento de la inmensa mayoría. Los totalitarismos clásicos perseguían una sociedad utópica, basadas en el orden o la justicia. Se mostraron ineficaces por razones técnicas, no tenían instrumentos para vigilar las conciencias, el alma permanecía siempre en libertad. La tiranía es perfecta hoy, el control ya es absoluto.

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