La verdad es que la élite política española no está dando muchos motivos para conservar la función rectora que teóricamente le debiera corresponder, todo lo contrario, nos escandaliza, además de meterse en circos singularmente cómicos: se dice que el Sindic dels Greuges catalán protagoniza variopintos viajes a lo largo del mundo, al parecer con el pretexto de difundir el conocimiento de la señera y aumentar su nivel de lectura, el alcalde del pacífico y autonómico pueblo de Casares es acusado de complicidad con la mafia rusa, espléndido argumento para una obra de Jardiel Poncela, y distintos diputados autonómicos son detenidos por todo un elenco de fechorías de la más diversa índole. ¿Se han vuelto locos? Más bien podría pensarse que algo sinvergüenzas.
Por su parte, la prensa transmite diariamente, con singular deleite, pelos y señales de todas y cada una de estas barbaridades. Así, se afirma que nuestra sociedad se encuentra desmoralizada y con una crisis de credibilidad hacia el sistema. Es falso de toda falsedad, se halla bien cómoda en esa situación aunque con comportamientos de lo más fariseos. Lo que hacernos es desplazar cobardemente nuestra responsabilidad hacia terceros destinatarios de todos los golpes, cuando no se diferencian en nada de la inmensa mayoría de los que los critican. Sólo vemos aquello que estamos interesados en ver. Y como, entre nuestras características nacionales, están la envidia, la desconfianza hacia lo público y la crueldad, nos fijamos en los comportamientos que encajan en esa visión.
Cuando tenemos tantos pícaros en la vida política es porque nuestra sociedad también lo es. Además, el chismorreo constituye uno de los instrumentos más eficaces para remediar el aburrimiento. Si amáramos el arte, todos nuestros diputados conocerían a Giorgio Vasari cuando lo cierto es que la inmensa mayoría no tienen ni pajolera idea de quién pudiera ser. Pero como aquí lo único que interesa es el fútbol y la práctica de la maledicencia, los periódicos verán aumentar sus índices de venta cuanto más porquería revelen, hasta que al final todo de igual, que es lo que terminará por pasar. Manuel Azaña, Felipe González y Fraga tuvieron el estado en sus cabezas, si sus sucesores se asemejan a Roldán más valdría exiliarnos en las Antillas neerlandesas.
Si aquí nadie respeta a las instituciones, sobre todo al Parlamento, y se burla sistemáticamente de quienes nos dirigen es porque carecemos de todo tipo de proyectos en común, no estamos interesados en nada, salvo en el propio y cateto beneficio, y somos tan ruines que nos resulta imposible aceptar decencia y bondad en los demás. Al final, como dijo Ortega, volveremos a los reinos de taifas.
Por su parte, la prensa transmite diariamente, con singular deleite, pelos y señales de todas y cada una de estas barbaridades. Así, se afirma que nuestra sociedad se encuentra desmoralizada y con una crisis de credibilidad hacia el sistema. Es falso de toda falsedad, se halla bien cómoda en esa situación aunque con comportamientos de lo más fariseos. Lo que hacernos es desplazar cobardemente nuestra responsabilidad hacia terceros destinatarios de todos los golpes, cuando no se diferencian en nada de la inmensa mayoría de los que los critican. Sólo vemos aquello que estamos interesados en ver. Y como, entre nuestras características nacionales, están la envidia, la desconfianza hacia lo público y la crueldad, nos fijamos en los comportamientos que encajan en esa visión.
Cuando tenemos tantos pícaros en la vida política es porque nuestra sociedad también lo es. Además, el chismorreo constituye uno de los instrumentos más eficaces para remediar el aburrimiento. Si amáramos el arte, todos nuestros diputados conocerían a Giorgio Vasari cuando lo cierto es que la inmensa mayoría no tienen ni pajolera idea de quién pudiera ser. Pero como aquí lo único que interesa es el fútbol y la práctica de la maledicencia, los periódicos verán aumentar sus índices de venta cuanto más porquería revelen, hasta que al final todo de igual, que es lo que terminará por pasar. Manuel Azaña, Felipe González y Fraga tuvieron el estado en sus cabezas, si sus sucesores se asemejan a Roldán más valdría exiliarnos en las Antillas neerlandesas.
Si aquí nadie respeta a las instituciones, sobre todo al Parlamento, y se burla sistemáticamente de quienes nos dirigen es porque carecemos de todo tipo de proyectos en común, no estamos interesados en nada, salvo en el propio y cateto beneficio, y somos tan ruines que nos resulta imposible aceptar decencia y bondad en los demás. Al final, como dijo Ortega, volveremos a los reinos de taifas.
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