Alexander Pope, uno de los más grandes poetas en lengua inglesa escribió el siguiente epitafio “la naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la noche. Dios ordenó que se hiciera Newton, y todo se llenó de luz”. Supongamos, como pensaban los ilustrados, que a partir del célebre autor de los “Principia” los brujos e iluminados hubiesen desaparecido del mundo y todo pudiera resolverse con arreglo a matemáticas, que es tanto como decir a la razón. ¿Qué pediría Sir Isaac de las próximas elecciones andaluzas? Creo que, al menos, se limitaría a señalar tres cosas:
Primera.-Que los mediocres abandonaran las listas electorales. Es cierto que una gran parte de los seres humanos somos tan soberbios que atribuimos tal cualidad a los demás, entonces ¿quiénes lo son? A los efectos que aquí interesan las personas que no tienen otra profesión que la política, dependen de las directrices de los mandamases de turno y carecen de trayectoria intelectual, profesional, o ideológica propia. Todos ellos querrán perpetuarse en el cargo porque no tienen otro medio mejor para vivir. No pueden interesar, desprestigian.
Segunda.-Que la democracia no fuese concebida como la dictadura de la mayoría, es decir de los votos. En una situación de crisis, hacen falta proyectos e ideas sin dejarse dominar por los deseos inmediatos y concretos de las masas, que sólo sirven para obtener triunfos de carácter táctico perjudiciales a la larga para la buena marcha de la sociedad. Es cierto que la “tiranía del populacho” ha sido denunciada de manera interesada desde las filas de la reacción. Probablemente por mi pasado comunista, en los supuestos de colisión entre valores y votos optaré siempre por el mantenimiento de los valores. En la Alemania que apoyó a los nacional socialistas, yo hubiese estado siempre con los que pretendían negarles el acceso al poder. La soberanía debe residir en el pueblo efectivamente, pero sería una estupidez estar pendiente en cada momento de lo que pretendan imponer las encuestas de turno.
Tercera.- Que los partidos dejen de utilizar a los medios de comunicación porque, al final, quienes dominarán serán ellos. Uno de los grandes riesgos de la democracia occidental radica en que los gobernantes, al carecer de sistemas ideológicos de carácter coherente, aceptarán las directrices de los “creadores de opinión” que no representan a nadie, carecen de legitimidad y participan en una guerra de la propaganda mucho más eficaz que la que practicaron Goebbels o Stalin. Newton o Descartes hubieran pedido algo tan simple como originalidad e inteligencia. Lo demás sólo conduce a la estulticia, y cuando nadie crea en el sistema se acabó la democracia.
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