Es cierto que la situación económica actual es en gran parte consecuencia de métodos de ingeniería financiera, que transcienden de las fronteras nacionales. También que los desequilibrios cíclicos son considerados como una característica típica del capitalismo, que no ha impedido su posterior fortalecimiento. Igualmente, sería preciso aceptar que la incompetencia o falta de credibilidad de los gobiernos internos puede agravar cualquier crisis, por muy ajeno que hubiera podido ser su origen. Sin embargo, en todo lo que está ocurriendo hay algo más, que en mi opinión se encuentra ligado a la propia naturaleza del Estado del Bienestar.
Para Marx, la historia no podía ser explicada más que como un proceso dialéctico en el que toda tesis generaría una antítesis, su negación, y en la lucha entre ellas se llegaría siempre a una síntesis superadora. Paradójicamente, la caída del “socialismo real” pudo ser explicada perfectamente en esa forma: a la afirmación agresiva del primer capitalismo, se habría contrapuesto desde la revolución soviética un ejemplo comunista, que sirvió como poderosa fuerza de atracción para el proletariado universal. Después de una lucha sin cuartel se llegó a una gran síntesis: el “Estado del Bienestar”, que habría operado a la manera de un “final de la historia”, garantía a la vez de libertad e igualdad.
El acceso de todos los ciudadanos a la educación, la cultura y la sanidad proporcionaría la base necesaria para un ejercicio maduro de la libertad. Sin embargo, poco a poco, en vez de realizar una selección de objetivos propia de cualquier planificación inteligente, los gobiernos occidentales se han dejado tentar por el ventajismo fácil que ofrecen las urnas, pues de lo que se trata es de ganar las elecciones, a veces a costa de lo que sea. Como consecuencia, se elevará hasta el infinito el nivel de las prestaciones, se intentará la conquista de nuevos votantes mediante la integración de colectivos de inmigrantes, por muy alejados que estén de nuestro universo cultural, o se aceptarán reivindicaciones sucesivas de las masas con independencia de su sensatez o razonabilidad.
Cualquier sociedad tiene límites económicos. Si no se respetan, llegará un momento en que todo estalle. Y cuando así suceda, los que hasta ahora habían sido beneficiarios se convertirán en “indignados”, que se dirán decepcionados por el sistema y sus injusticias. Al final nos quedaremos estúpidamente sin libertad y sin igualdad.
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