El Consistorio de Ginebra, en 1550, implantó una “dictadura de la virtud” utilizando una política de terror contra sus ciudadanos. Calvino había decidido redefinir la esfera de la vida privada, de tal manera que hasta lo más íntimo, incluso la sexualidad y el amor, pudiera ser sometido a estricta inspección. Todo podía ser pecado y objeto de implacable represión. Pretendía traer el reino de los justos a la tierra; lo que implicaba la muerte o el destierro para los blasfemos y herejes, pues la misericoria ofendería a Dios. La verdad es que muchos de sus contemporáneos pensaron que se trataba de un ser soberbio, lleno de vanidad y deseos de poder. No actuaba por justicia sino por pura y simple venganza.
Muchos ingenuos pensarán que eso es cosa del pasado, consecuencia del fanatismo de las “guerras de religión”. No es cierto, aunque de una manera mucho más sutil y sin hogueras, el aparato represivo estatal, singularmente la policía y el Ministerio Fiscal, también muchos jueces al desarrollar labores de “instrucción”, ha abandonado las exigencias de la tutela judicial, para dejarse seducir por deseos de protagonismo, espíritu inquisitorial, o las exigencias halagadoras de unos medios de comunicación interesados en satisfacer el morbo de las masas, que siempre proporcionan dividendos. Ya nadie puede estar seguro. Cuanto más famoso seas, más probablemente serás objeto de persecución sin base suficiente, y sometido al tratamiento cruel de una opinión pública que en el fondo, al menos en los Estados Unidos, se sigue pareciendo a la que condenó a las Brujas de Salem.
La Justicia se está convirtiendo en un espectáculo circense, todos podemos ser culpables. La inmensa mayoría de nuestros actos, hasta los más insignificantes, son equívocos, pueden ser interpretados de muy diversa manera. Una de las mayores conquistas del Derecho Penal, desde los tiempos de Beccaria, fue esperar a que lo equívoco se convirtiese en inequívoco antes de poder proceder contra una persona. Hoy día, en cambio, basta con observar cómo un deportista entrega un medicamento a otro para deducir que le ha ayudado a doparse. Los medios de comunicación actúan en base a simples sospechas, y lo grave es que los tribunales, a veces por simple vanidad o deseos de ser enaltecidos como celosos justicieros, les siguen por ese camino.
Presumimos de haber eliminado la Inquisición, y gozar de garantías propias de un moderno Estado de Derecho. Es falso de toda falsedad, Torquemada sigue actuando aunque de una manera mucho más inteligente que cuando se dirigía contra los conversos. Su crueldad está intacta, pero se disfraza ahora de moderno. Ya no sirve a Dios ni a la Justicia, sólo a su propio exhibicionismo personal.
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