viernes, 3 de abril de 2020

El miedo a la peste. ABC de Sevilla


La historia se repite dos veces,  y no siempre la segunda es cómica. En ocasiones, son ambas igual de trágicas. ¡Qué idiotas hemos sido los occidentales! Hace cerca de ochenta años que terminó la segunda guerra mundial. Hemos conquistado el Estado del Bienestar y conseguido las mayores cotas de igualdad y de justicia social de todas las épocas, pero lo hemos desperdiciado en querellas infantiles, la mayoría de las veces sin sentido. Ahora, es el momento de lamentarse con Jorge Manrique: sí, ¡cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado, fue mejor”.  Hemos echado por la borda lo que teníamos, y era mucho, gobernados en los últimos tiempos, al menos en España, por niños irresponsables jugando a las casitas que no son capaces de ponerse de acuerdo ni en lo más esencial. Es asombroso, pero así parece por lo menos a la hora en que escribimos estas líneas.

No es la primera vez, desde luego, que pasa una cosa así. La peste, sobre todo la denominada “negra”, se ha abatido sobre Europa en numerosas ocasiones, y en Sevilla queda algún grabado, creo que en el hospital del Pozo Santo, que recoge el transporte de cuerpos de apestados desde el de las Cinco Llagas (actual sede del Parlamento de Andalucía). Jean Carpentier y François Lebrun en su Breve Historia de Europa, nos ofrecen, un relato ciertamente impactante del origen de la de 1348: "Asediados en una ciudad de Crimea, los genoveses habrían sido víctimas de una verdadera guerra bacteriológica, dado que sus adversarios tártaros habrían lanzado cadáveres apestados por encima de las murallas de la ciudad. Los navíos italianos traen luego el mal hacia el oeste: a Constantinopla donde se difunde a las islas del mar Egeo, a Grecia, desde donde se distribuye por los Balcanes; a Sicilia, Venecia, Génova y Marsella desde donde la epidemia invade ya, a finales de 1347, al conjunto del continente, que asolará en un período de cuatro o cinco años".
  La memoria colectiva conservó su recuerdo durante siglos. Y mantuvo su influencia en la literatura y el arte occidental incluso durante los siglos XIX y XX, basta recordar Los novios de Manzoni o La peste de Albert Camus. La atmósfera de terror que generó permanece aún en el inconsciente de nuestra civilización, y se refleja en obras tan relativamente recientes como El país de las últimas cosas de Paul Auster o Ensayo sobre la ceguera de Saramago, sin que se pueda olvidar El diario del año de la peste cuyo valor documental es enorme por estar escrito por un contemporáneo de la londinense del siglo XVII, por lo que su redacción podría considerarse de carácter casi periodístico (ciertamente su autor tenía entonces sólo cinco años).  La peste ha sido uno de los grandes traumas de la humanidad y no es extraño si se tiene en cuenta que sus efectos llegaron a poner en peligro el equilibrio demográfico del continente europeo.
   Como nos dice Barbara W. Tuchman, en su excepcional obra A distant mirror: The Calamitous 14th Century, traducida al español como Un espejo lejano: "Para el pueblo en sentido amplio no cabía sino una explicación: la ira divina...Una calamidad tan abrumadora y despiadada, desprovista de causa visible, sólo podía concebirse como el castigo que el Ser Supremo aplicaba a los pecados humanos. Inclusive tal vez fuera la muestra de su definitivo desengaño”.  Para aplacar la cólera de Dios todo era poco: se ordenó el cese del  juego y la prohibición de la bebida. Igualmente se castigaron con rigor las maldiciones y la blasfemia. Los religiosos animaron  compulsivamente al desarrollo de procesiones penitenciales de toda especie; lo que, en la práctica, contribuyó a la diseminación de la enfermedad en una atmósfera apocalíptica.  
Los seres humanos meten la pata una y otra vez, y es cierto que muchas veces, sobre todo cuando de una catástrofe natural se trata, no son responsables de lo que ocurre. Pero que un gobierno de coalición haga esperar toda una tarde a los angustiados españoles sin ponerse de acuerdo sobre las medidas a adoptar, cuando parece que se debe en gran medida a la actitud obstaculizadora de dirigentes autonomistas, ¿hasta dónde vamos a aguantar? Los independentistas han causado un dolor sin límites, poniendo en peligro los sueños y la conciencia de pertenencia de muchos andaluces, españoles en general, que tanto amamos a Cataluña, ¿quieren ahora condicionar también decisiones elementales que afectan a nuestra supervivencia y salud? Si fuera así, sería unos sinvergüenzas
Las grandes crisis del siglo XX, la depresión de 1929, las dos guerras mundiales, “la caída de las torres gemelas”, otras también,  han dado lugar a agitaciones que han transformado el mundo. Siempre pasa, y, si salimos de ésta, dentro de unos años nos encontraremos con un escenario muy distinto al actual, tanto el empleo como la industria y las relaciones laborales puede que experimenten cambios esenciales. Nuestro país sin duda se verá afectado y mucho. Ojalá no tengamos que lamentarnos de la imprudencia y el descaro de unos independentistas a los que sólo les importan las propias posiciones de poder, mientras se pavonean con inmaduras operaciones de propaganda e indudable dosis de chulería.

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